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Revista BuCLE

Apuntes para una estratigrafía de la vida terrenal (I) Antecedentes

Por lo que fuere, a mí en la EGB se me quedó grabado eso de las tres vidas que existían para el hombre medieval. Jorge Manrique las compara en la copla XXXV de sus famosísimas Coplas a la muerte de su padre:


No se os haga tan amarga

la batalla temerosa que esperáis,

pues otra vida más larga

de fama tan gloriosa

acá dejáis.

Aunque esta vida de honor

tampoco no es eternal,

ni verdadera

mas, con todo, es muy mejor

que la vida terrenal,

perecedera.


Por lo tanto, tres vidas podía vivir el hombre del siglo XV: la vida de la fama, la vida eterna y la vida terrenal. Esta última es la que tenemos, sin duda, asegurada. Para un ateo, un agnóstico, un descreído o un traumatizado por los terroríficos discursos del padre Hernando como yo, y, por otro lado, para un hombre del montón –ni un Octaviano ni un Julio César soy– la eternidad y la gloria son quimeras, palabras vacuas, palabras más, palabras menos. Pero la otra, la vida del simple mortal, tiene su miga. Y su corteza, por lo que creo que debería abordarse por la caterva de críticos y doctorandos que en el mundo son un análisis geológico de tal vida terrenal y, en concreto, un minucioso y detallado estudio estratigráfico de la misma.

Es sabido que en las profundidades telúricas de la vida localizó Sigmund Freud una vida subconsciente, la cual tuvo su reflejo artístico en el sur-réalisme, o sobrerrealismo, o surrealismo, aunque mucha gente dice equivocadamente subrealismo. André Breton, el gran teórico del movimiento, explicaba la posibilidad de describir una superrrealidad que fusiona lo consciente y lo subconsciente a través de la técnica de la escritura automática. Esta técnica, depurada y muy trabajada, ha dado hermosos frutos como Espadas como labios, de Vicente Aleixandre, Pasión de la tierra, de Luis Cernuda, o Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca.

Además de esa vida que vivimos mientras estamos dormidos –una vida a la que asistimos, a mi parecer, como meros espectadores– hay otra vida que nos corresponde a todos los hombres vulgares: es la vida del recuerdo. Es ya un tópico literario que seguimos de alguna manera vivos mientras alguien se acuerda de nosotros, para bien o para mal, aunque lo más sonado de nuestra existencia sea haber bailado un pasodoble el día de la fiesta con aquel chico que me gustaba tanto, que luego se casó con la Paquina, que era hija sola, y yo me quedé literalmente para vestir santos. También el repensar esta otra vida re-cordada ha dado lugar a un sinnúmero de novelas, como la que leíamos hace poco en el Ateneo Burgalés, El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince.

Ambas vidas, la vida subconsciente y la vida en el corazón de los otros, están, como decía, y según parece, fuera de nuestro control. Por lo tanto, los futuros estudios sobre la materia deberían centrarse en aquellos lechos del pasado cuya estructura y composición dependen, quizás, de la libertad del sujeto.


La necesidad de un análisis estratigráfico de nuestra vida consciente empezó a pulular por mi cabeza cuando uno de estos días llegó a mis entendederas, de dos fuentes diferentes, la palabra cripta: por un lado, el diario El País me sugirió, por ser suscriptor, la posibilidad de recibir una serie de artículos sobre las criptomonedas; por otro, los medios de comunicación han hablado repetidamente, con motivo del traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera, de la cripta del Valle de los Caídos, junto al arroyo del Boquerón. Y a mí, solitario invicto a pesar de tener una novia encantadora, me vino a las mientes la existencia de una criptovida como estrato más profundo de la vida consciente, de esa vida que, en principio, parece ser consecuencia de nuestro libre albedrío.

Además de este primer estrato críptico, en una primera cata salen a la luz otros dos niveles de sedimentos vitales claramente diferenciados: el estrato de la vida privada y el estrato de la vida social. La naturaleza de cada uno de estos niveles estratigráficos, así como las relaciones entre ellos y su concreción literaria, ya que la vida es el objeto de estudio de la literatura, serán apuntados en el siguiente artículo. Esfuércense un poco más, mis escasos pero distinguidos lectores, ya que


El vivir que es perdurable,

no se gana con estados

mundanales,

ni con vida deleitable,

en que moran los pecados

infernales.

Fuente: Google Images

El socio n.º 3

2 comentarios

2 Comments


Guest
May 13, 2023

A ver:

Estoy en Avilés. Acabo de llegar del museo de la anclas. Cuando he avistado el conjunto arquitectónico unido a las mismas, me han venido a la cabeza los versos de Bécquer: "Tú serás el huracán, yo..." Como iba con un ingeniero aeroespacial y su encantadora novia, he aplazado esa visión freudiana tan errada, y he preguntado el porqué de la forma de las anclas clásicas. ¿Eran más efectivas con dos ganchos al final de la barra vertical? ¿No hubieran podido tener tres o cuatro u otra forma? El ingeniero me ha contado, sin saber por dónde iba, que la ingeniería naval es muy tosca, que su desarrollo tecnológico es rudimentario, que las anclas clásicas, por ejemplo, no tien…


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Guest
May 13, 2023

Inexistente (o, quizás, más abisal que cualquier cripta conocida), me parece, el "mar" en el que pretende desembocar este original y arriesgado artículo.


Intentar socavar por debajo de la conciencia es, irremediablemente, una lucha cruenta de resultado incierto... Freud lo intentó, y se equivocó bastante, víctima él mismo de su propia obsesión. Estratificar la "vida" se me antoja una tarea fallida y un tanto delirante: somos el resultado de la coyunda incestuosa de dos dimensiones omnipotentes e incomensurables para nuestro limitado "ser": el Tiempo y el Espacio (¿quizás con la bendición beatífica de un presunto Dios "celestino"?) A ver quién se atreve con eso. Interesante ir viendo cómo nuestro estimado socio n.° 3 va avanzando en sus pesquisas... [Y cuidadit…

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