En el Cimitero acattolico de Roma, más conocido como cementerio protestante o cementerio de los ingleses, están enterrados los poetas Shelley y Keats. Shelley murió ahogado en 1822, a los 29 años, sorprendido en su pequeño velero por una repentina tormenta en un viaje a Lerici desde Pisa, y Keats falleció en 1821 en Roma, a la edad de 25 años, de tuberculosis. Espíritus excelsos que expiraron su último aliento en plena juventud –permítanme el vuelo retórico– cuyos inmortales versos susurran desde sus tumbas. En este evocador cementerio hay otros nombres ilustres. Por ejemplo, August von Goethe, que falleció en 1830, a los 40 años, no se sabe exactamente si de viruela o de la hemorragia intracraneal producida por la caída desde su carruaje unos meses antes. August había conocido en Roma a Charlotte Buff, inmortalizada por su padre como Carlota en Las desventuras del joven Werther. Ya saben, el prototipo de loco de desamor que se pega un tiro en la cabeza. También aquí descansa Wilhelm von Humboldt. Murió a los 9 años. Su padre, el excelso erudito y filólogo, fue un gran amigo del citado Goethe, el padre de August.
En una de las paredes del cementerio, cerca de la Puerta de San Pablo, se encuentra la Pirámide de Cayo Cestio, un magistrado romano; al parecer, en los últimos años del s. I a. C., estaba de moda enterrarse como un pequeño faraón, con su sarcófago y todo. Hay otros muchos nombres conocidos en este camposanto: el político comunista Antonio Gramsci, quien murió en 1937, aquejado de la enfermedad de Pott, de tisis, de arterioesclerosis, de hipertensión y de gota, tras 10 años encerrado en las cárceles fascistas. También reposa aquí el guionista y escritor Andrea Camilleri; he reconocido su nombre porque mis tíos no se perdían ni un episodio del comisario Montalbano, su serie de novelas policíacas adaptadas a la televisión. Qué tío, el comisario. Y qué tías. Andrea Camilleri la palmó de viejo, de un infarto de miocardio, en 2019, a los 93 años. Y ahí está, confortado por el cariño y las flores de sus compatriotas, a la sombra de los cipreses, un poco harto del canto de las chicharras, en su sencillo ataúd, bajo una modesta losa de piedra caliza.
Muy cerca de este cementerio acatólico, junto al Tíber, se levanta el Monte Testaccio que, en realidad, no es un monte, sino una montaña de ánforas rotas acumuladas año tras año en los tres primeros siglos de nuestra era. La mayoría de ellas habían contenido aceite de la Bética. Para los romanos, ese montículo era un símbolo de la fortaleza económica del imperio; de hecho, lo enseñaban a los extranjeros tan orgullosos de su vertedero como de su coliseo. Es una gran verdad: el número de contenedores de mercancías que mueve un reino es el mejor indicador de su prosperidad, y así ha sido desde tiempos remotos. Después de las ánforas vinieron las tinajas, botijas, cubas, pipas, toneles y barricas. Las repletas bodegas del Galeón de las Indias simbolizaron las aspiraciones imperiales de España durante más de dos siglos.
Finalmente, apareció el laterío de todo tipo. Durante la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1940, los alemanes pudieron invadir en unos pocos días los Países Bajos porque habían fabricado unos enormes tanques de gasolina con los que aprovisionar en el frente a, valga la homonimia, sus tanques. Los entusiastas ciudadanos teutones, confiados en el poder imparable del Tercer Reich, aportaron todo tipo de objetos –lámparas, candelabros, jarrones, platos y cucharas– para que fueran fundidas en premonitorios hornos de fundición. Al otro lado del Atlántico, tres años antes, en 1937, en un puerto de Carolina del Norte, Malcom McLean, con 21 años, contemplaba, desde la cabina de su camión de segunda mano, cómo los estibadores llevan los pesados fardos de algodón desde el remolque de su camión a la bodega de un barco. Se imagina que quizás haya una manera de conseguir que el algodón suba al buque sin tener que descargarlo fardo a fardo. Tardará 19 años en hacer su sueño realidad: en 1956 diseñará un tipo de remolque que permite engancharlo con una grúa y subirlo a cubierta, adaptará dos viejas barcazas para ese fin y hará un primer viaje con 58 de sus enormes cajas de hierro entre el puerto de Newark, Nueva Jersey, y el puerto de Houston, Texas. En la actualidad, el 90 % del comercio que no es a granel se realiza en algún tipo de contenedor similar al que ideó el señor McLean. Los millones de contenedores que surcan los mares son las tripas de los nuevos imperios. Por eso, hay que mandar una armada al Mar Rojo. Porque nos duelen las tripas. En esas cajas de hierro se encierran los sueños, deseos, mezquindades y ambiciones de millones de personas.
Y todo esto, porque a mi sobrino, que acaba de cumplir 16 años y se sueña inmortal, le ha llegado un pedido de Pandabuy. De la China.
Galaor de Langelot
Estimado Galaor, su escrito me ha traido a la memoria una historia de otro contenedor nefasto que se topa en el camino de un genial contador de historias que se llama Robert Redford. La historia se puede ver en una película sobrecogedora que te atrapa, te vapulea, y te hace sentir insignificante y poderoso al mismo tiempo como cascarón de nuez a la deriva. Veanlá y disfrutenla o sufranla...; Se llama "All is lost". No se preocupen por los diálogos si no conocen la lengua de "la pérfida Albión". No van a necesitar ningún traductor. Dejo aquí un aperitivo: https://www.youtube.com/watch?v=no1rl9Gvx-s
¡De qué irá a habla este hombre hoy, madre del amor hermoso!
Cuando era más joven, viajé a Roma, pero no me acerqué a su cementerio, como sí hice en París, donde visité el de Père Lachaise. Los contenedores que en este momento me vienen a la cabeza son los de Abelardo y Eloísa. No era tan joven como su sobrino, pero algo de esa ilusión de invulnerabilidad tenía. Y creía en lo del amor, y veneraba la Literatura: su Historia y sus historias.
Eso fue mucho antes de oír cometarios como el de "las tías" del detective Montalbano, pero después de preguntar con arrobo pueril acerca de las "facturas" de ciertos discursos. Alguien me contestó: "Lo importante es la…
Hay que ver cuánta erudición y cuánta investigación, amigo, para acabar diciendo que todo es Celama, con más modernidad, eso sí, con más medios también al cabo del tiempo, con más intereses dañinos encontrados, con menos amor a la humanidad que nos sigue gustando, con más odio y con más intrigas... Pero Celama al fin, con peor saña y con más tristes intereses....
¿Es que no se puede morir uno así, sólo porque sí, porque ya toca y está cansado, en una humilde fosa reposando, permitiendo un poco más de oxígeno limpio al mundo que le vigila a sus espaldas? Pues yo creo que sí seamos solidarios, y dejemos que otros nos regalen las pirámides faraónicas con su esfuerzo y…