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De ratones y hombres

Entre las referencias culturales de mi adolescencia recuerdo algunas con un cariño especial. Entre ellas están la edición para la Caja de Ahorros del Círculo Católico de Héroes en zapatillas, con texto de Ángel Pisani e ilustraciones de Gino Gavioli, y los tomitos que recopilaban las tiras de Mafalda, del magistral Quino. Curiosamente, los dos son cómics, un arte despreciado incompresiblemente en los currículos escolares. Pero ese es otro asunto. Pues bien, aparentemente, esas dos publicaciones tienen poco que ver, pero, hoy, pensando en el tema de la dignidad humana –cada uno es libre de pensar en lo que quiera, en los fichajes del Barça, en las ignominias del gobierno de turno o en los ojos de su amada– he encontrado un punto en común. Una de las biografías que aparecía en Héroes en zapatillas, tratada como todas de una forma ligera y divertida, era la de Diógenes de Sinope, el cínico por antonomasia. Vivió en el siglo IV antes de Cristo; fue contemporáneo de Alejandro Magno. El historiador Diógenes Laercio contaba siete siglos más tarde que su tocayo vivía en un tonel, como un auténtico perro, despreciaba los bienes mundanos –incluso la escudilla en la que bebía porque podía hacer un cuenco con sus manos– y se paseaba entre los atenienses buscando un hombre. Es decir, buscaba un hombre digno de tal nombre. O una mujer, claro, ya que a los filósofos griegos todavía no les preocupaba el lenguaje inclusivo. Por otra parte, en una de las tiras de Mafalda, Felipe, uno de sus amigos, se pregunta ante su falta de voluntad para hacer los deberes: «¿Qué soy al fin, un hombre o un ratón?» En la siguiente viñeta aparece el propio Felipe, sentado en el escalón del portal, leyendo un cómic y mordisqueando una gran cuña de queso, mientras Mafalda lo mira apesadumbrada desde el umbral. Al parecer, los ratones y los hombres compartimos el 99 % de nuestro material genético. Hace 65 millones de años, tras el impacto de un gigantesco asteroide en Chicxulub, en la costa de México, se extinguieron los dinosaurios, pero algunos pequeños mamíferos nocturnos sobrevivieron a la catástrofe. De esa especie de ratas descendemos realmente los humanos. La cuestión es: ¿encontraría Diógenes un hombre digno de tal nombre entre nosotros? ¿O solo vería ratas y ratones, por lo que seguiría prefiriendo la compañía de los canes? En definitiva: ¿en qué consiste la dignidad del ser humano? Pues bien, creo que la dignidad del ser humano radica en la indignación. Un ratón mordisquea su trocito de queso. Un hombre se indigna: ante el salario indigno, ante la vivienda indigna, ante el trato indigno y el asesinato de los inmigrantes, ante las indignidades del gobierno de turno, ante la indignidad de una invasión. El diplomático francés Stéphane Hessel ya desgranó todo esto en su exitoso manifiesto, pero desgraciadamente los chalecos amarillos son historia y en nuestro País –así llama ahora Íñigo Errejón a España– Podemos fagocitó y liquidó las esperanzas del movimiento 15M. Y aquí estamos, los jóvenes y los no tan jóvenes, decidiendo en el Mercadona entre el queso curado o el semicurado, que no nos da para más.

El socio n.º 3



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Guest
Sep 14, 2022

Y aún más allá: el que se indigna es porque posee conciencia del abuso o la vejación a la que se lo está sometiendo y, por tanto, de sí mismo. ¿Podemos concluir, por tanto, que la indignación es la señal más llamativa de la propia existencia?

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