Dos rosas amarillas tengo
en el cajón guardadas
para regalártelas mañana
a la hora del vermú.
La una viste celofán grana,
la otra, engalanada en rosa brilla:
dos novios
justo antes del enlace nupcial.
Los anillos lucen oro
en los dedos de Cibeles,
aún frÃos,
cabalgando entre dos ruedas de plata
y un estanque carmesÃ.
La luna vigila: ¡que no sean robados
por otros amantes nuevos,
celosos de nuestros besos!
La boda será mañana.
Si no vienes, si me plantas a lo triste,
habrá confeti, baile y jaleo
(también lágrimas)
en el cajón de mi mesilla,
donde dos rosas amarillas
aguardan, todo ansias,
su segundo bautismo
de pétalos y arroz.
AnRos
La esperanza siempre resiste en un mañana efÃmero que desaparece con las primeras luces del amanecer. La belleza nunca marchita de las rosas eternas se guarda en el cajón de la mesilla. A veces sucede una segunda oportunidad, un segundo bautismo, un segundo enlace. La diosa Cibeles conoce de esas rosas escondidas, de esas vÃsperas cotidianas, de ese esperar eterno, de ese vivir profundo.
El juego de un nosotros ( que es solo tú y yo) en el poema -tengo, regalártelas, nuestros besos - se confirma con la clara aparición del tú - si no vienes- en la segunda parte del poema. Esa dualidad se recrea en las dos rosas - amarillas, pero una grana, y otra rosa -, …