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El acabose (I) Las cosas

La situación expectante en la que la carta de Pedro Sánchez sumió al país durante el pasado fin de semana generó un ambiente raruno, como esa especie de calma chicha que precede a la tempestad, o como esa extraña quietud y volar de pájaros que anuncia el tsunami. Esto último lo sé por las películas, porque aquí, en España, no hay tsunamis; como mucho, las mareas vivas que sí he vivido en la playa de Ondarreta, cuando iba a pasar unos días a la casa de mis tíos en San Sebastián. Donosti, pues.


Ya se habló hace unos años de cómo nuestro presidente citó equivocadamente la famosa frase de De Gaulle: «El caos o yo». Tampoco la disyuntiva que presentó el general francés era nada nuevo en la manipulación de la voluntad popular: imagínense ustedes que la multitud reunida ante la casa del gobernador Poncio Pilato, en vez de a Barrabás, hubiera indultado a Jesús, llamado el Cristo. Todo el plan divino por los suelos. «¿Y ahora qué?», hubiérase dicho Yavhé, «¿En qué momento se me pasó por la cabeza lo del libre albedrío?» Jugar con la tendencia a la polarización, con el pueril maniqueísmo que recorre la vida pública, es un recurso político tan viejo como eficaz.


Como he dicho, aquí, en la cuna del castellano, no sabemos de tsunamis, y la palabra caos –a los que fuimos a misa y a clase de Religión– nos remite al Génesis, a esa nada de la que el susodicho Yavhé sacó, de una chistera inagotable, todo. Si, además, has leído un poco a los clásicos griegos, recuerdas también primerizas traducciones donde el caos era desorden primigenio más propio de habitación de adolescente que del monte Olimpo. Frente a esta invasión terminológica, aquí lo castizo es decir: «Esto es el acabose».


Con los años, y en esta especie de paz perpetua instalada en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial –sólo la guerra es el gran acabose– te vas percatando de que nuestra más o menos confortable vida pequeñoburguesa se alimenta de cotidianos acaboses: acabose el saldo del móvil, o el boli, o el amor, o la hora de Lengua, o la Liga, o el gel cuando me estoy duchando, o el finde, o las ganas. Porque esos pequeños finales íntimos son los miliarios que jalonan nuestra esperanza. Y así exploras las baldas de los supermercados con no se sabe qué nuevas ilusiones, sales de la última clase del viernes y observas el mundo como un regalo, empieza la Liga y piensas que vivir, a pesar de todo, merece la pena.


Por lo tanto, ya no hay tsunami que valga, ni caos, ni acabose: hace décadas que los decadentes ciudadanos europeos estamos a las cosas, y que nuestros políticos, maricomplejines serviles y acomodaticios, no nos arrastran al desastre. El envite de nuestro presidente se ha quedado en marejadilla, resaca que voltea a los niños y hace sonreír a los adultos mientras observan cómo sus pies se hunden en la arena.


Galaor de Langelot

3 comentarios

3 comentarios


Invitado
04 may

Leo y, acostumbrada a contestar, asombrosamente no se me ocurre nada: esto es el acabose. De hecho, me enteré no sé cómo de lo del periodo de reflexión, e intuí, finalmente, que no había dimitido, delante de la residencia de ancianos, gracias a uno de los acaboses cotidianos del empleado que trae de aquí para allá viejos y enseres, arregla bombillas y desatasca tuberías, y que siempre tiene la puerta abierta de la furgoneta y la radio encendida: había un aura rosa (como la del PSOE) sobrevolando las voces de los locutores. Animada por el resplandor radiofónico, saqué el túper con las cenizas de mi padre del asiento del copiloto.


En cuanto entré en la habitación de mi madre y…


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Invitado
05 may
Contestando a

(Ánimo, mujer. Todavía quedan cosas por acabar.)

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Invitado
03 may

Pues sí que es verdad que andamos "apañaos" con tanto caos, tanto acabose, tanto tsunami... y tanta polarización.

Vivimos en una paz aparente desde la segunda Guerra Mundial, en una nueva Guerra Fría sostenida, sin calificativos, también por Rusia (apoyada ahora por nuevas potencias emergentes, inconcebibles entonces) y esa otra parte del Globo llamada Occidente, que ya no es ni la sombra de lo que era.

Vivimos tiempos tensos de especial incertidumbre. Nadie quiere saber demasiado de nada: mejor mirar hacia otro lado mientras esperamos las próximas vacaciones.

Menos mal que nuestro Presidente nos sabe despertar de este letargo voluntario con actitudes como la que describe este artículo, con un chiste tan malo e inesperado que a nadie hizo reír.

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