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"El hombre que plantaba árboles", Jean Giono


"El hombre que plantaba árboles", Jean Giono
Fotografía tomada por el autor

1.ª edición: 1953. Revista Vogue, según el texto presentado a un concurso de Reader´s Digest.

Ejemplar leído: Duomo ediciones, 12.ª edición, septiembre 2022. Traducción de Palmira Freixas. Prólogo de José Saramago. Epílogo de Joaquín Araújo. 62 páginas.


Jean Giono (1895-1970) fue un escritor francés, de familia humilde –es decir, pobre–, enamorado de la naturaleza y defensor de la paz. De formación autodidacta, es uno de los novelistas franceses más interesantes del siglo XX. Movilizado durante la Primera Guerra Mundial, participó en Verdun y Kemmel, donde fue herido. Recibió la Legión de Honor en 1932. Entre 1934 y 1935 fue miembro de la Association des Écrivains et Artistes Révolutionnaires, con la que rompió enseguida debido a su decidido pacifismo; sus campañas y textos antimilitaristas (entre ellos Refus d’obéissance, en 1937) a favor del desarme universal le costaron la cárcel en 1939 y 1944. Tras la liberación de Francia, pasó otros siete meses en prisión, sin cargos, aunque había manifestado su oposición al nazismo, se habían prohibido sus obras durante la ocupación e incluso había cobijado a judíos y a miembros de la resistencia. Después de la Segunda Guerra Mundial fue silenciado y no pudo publicar durante varios años. Fue elegido miembro de la Academia Goncourt en 1953.


Ese mismo año, 1953, publica El hombre que plantaba árboles. Es un breve relato de carácter alegórico en el que nos cuenta la historia de Elzéard Bouffier. El narrador relata cómo, en 1913, recorrió a pie unos montes completamente desconocidos por los turistas, en la vieja región de los Alpes que penetra en la Provenza. Era una región seca, inhóspita, donde el viento arrastraba el polvo de las colinas. En los ruinosos pueblos, sus últimos habitantes, corroídos por la miseria y el vicio, soñaban con emigrar. En ese ambiente desolado se encuentra con Elzéard Bouffier, un pastor que lleva una vida austera y tranquila. Todos los días selecciona cien bellotas, las cuales planta, cuidadosamente, al día siguiente. Lleva más de tres años por esos cerros y ya ha plantado unas cien mil, de las que espera que prosperen cerca de diez mil. Elzéard consideraba que esas tierras estaban muriendo por falta de árboles. Y, añadió que, como carecía de ocupaciones más importantes, había decidido poner remedio a ese estado de cosas.


El narrador es llamado a filas al estallar la Primera Guerra Mundial. Tras la guerra, vuelve a visitar la región, sin otro propósito que respirar un poco de aire puro. Pero, desde la víspera, había vuelto a pensar en el pastor que plantaba árboles. Vuelve a encontrarse con el silencioso y abnegado plantador de árboles. Los encuentros, y la anónima labor de Elzéard, continuará durante décadas. Elzéard, que ahora es apicultor –se había desprendido de las ovejas porque constituían una amenaza para sus plantaciones–, no solo plantará bellotas de robles y encinas, sino también pequeños plantones de hayas y abedules de un pequeño vivero que tiene junto a su modesta casa. Año tras año, en las antaño inhóspitas regiones, surge un bosque. Y, con el bosque, regresa la vida.


Jean Giono publicó este relato con la intención primordial de transmitir a los lectores los múltiples y beneficiosos efectos de plantar un árbol. De hecho, cedió sus derechos de autor para que el cuento pudiese ser difundido con mayor facilidad. Consiguió su propósito con creces: la historia de Elzéard Boufier ha inspirado a miles de personas y colectivos que han continuado la labor de ese personaje imaginario. Entre ellos, este que les habla: en el año 1990 un grupo de amigos formamos una asociación —la Asociación Elzéard Boufier, no podía llamarse de otra manera— que plantó decenas de miles de árboles en algunos pueblos cercanos a la ciudad de Burgos (Vivar del Cid, Cayuela, Villaverde del Monte, entre otros). Hoy se puede pasear por los bosques que surgieron de aquella aventura juvenil.


Lean este libro. Sus efectos benéficos comienzan al pasar sus hojas. O, si no, vean el cortometraje animado  El hombre que plantaba árboles. Merece igualmente la pena. Como les decía, es un relato alegórico. Cuando recordaba que todo aquello había surgido de las manos y del alma de un hombre sin recursos técnicos, comprendía que los hombres podían ser tan eficientes como Dios en ámbitos ajenos a la destrucción. Un mensaje esperanzador y muy apropiado, creo yo, para los tiempos que corren.


D.S. Martin

1 Comment


Guest
Mar 29

Una apología al derecho y a la obligación de hacer el bien para salvar al mundo -- bien vegetal en este caso--, plantando árboles que puedan hacer de contratecho al cielo.... Magnífico que el autor de este sugerente texto haya contribuido, con su empecinado ahínco y su tesón implacable, a conseguir el excelso objetivo de la no muerte de la vida vegetal.


Un himno a la perseverancia también de ese gran pastor que no devino árbol porque tenía que inventarlos, dibujarlos, para después, plantarlos, y regalarnos a las generaciones de después otra vida, otra esperanza.

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