El mendigo
- Galaor de Langelot
- 16 may
- 4 Min. de lectura
Hace unas semanas, antes del gran apagón, me crucé en la calle del Barrio Gimeno, en el ensanche donde se cruza con la calle San Cosme y San Damián, con un negro. Era un hombre joven, razonablemente bien vestido, que llevaba en la mano un cartelito plastificado. El hombre no me cortó el paso sino que, al pasar junto a mí, levantó ligeramente la mano para que yo viese lo que ponía en el susodicho cartel. A duras penas se podía leer: «Para comer». Pasé de largo pero, no sé por qué, me paré dos metros más allá y metí los dedos en ese bolsillo enano que hay en los pantalones vaqueros. No había nada. Intuí que el hombre se había parado también y me observaba. Después, busqué en el monedero en el que suelo llevar algo de suelto, pero no había ninguna moneda de euro; era todo calderilla y yo, por principio, no doy calderilla a un pobre: me parecen las migajas del banquete de Epulón. Así que saqué la cartera; no vi ningún billete de cinco euros, por lo que –ese día estaba especialmente alegre y generoso– le solté al negro un billete de diez euros. El hombre, o el joven (frisaba la treintena), me miró fugazmente a los ojos, dijo algo que no entendí, cogió el billete y se quedó observándolo como si fuera la primera vez que veía algo así. Yo, sin más, reanudé mi camino; tendría que hacer algo que no recuerdo y mis pensamientos se alejaron de aquella mirada, aunque la semilla de la reflexión ya estaba plantada.
Al cabo de unos días, recordé aquel encuentro. Lo primero que me vino a la cabeza, cómo no, fue la derivada lingüística del hecho: en principio, parecería que la acción de “pedir” implica la acción de “dar”, por lo que ambas palabras serían antónimos recíprocos, es decir, si hay alguien que pide es porque hay alguien que da. Pero, en cuanto te paras a pensarlo te das cuenta de que la cosa no es así, ni mucho menos. La reciprocidad se establece entre el “dar” y el “recibir”, pero que alguien dé a quien pide es harina de otro costal. Después, internándome en el asunto, me enteré de que el “pedir” tiene su miga. Y su historia.
En la Grecia clásica, la mendicidad estaba mal vista, hasta el punto de que los que pretendían vivir de limosnas eran expulsados de la polis. Con la llegada del cristianismo, la cosa cambió: la pobreza, según Jesucristo, facilita sobremanera alcanzar el Reino de los Cielos. Ya saben, lo del camello y la aguja. Y el pedir no solo no estaba mal visto, sino que entró a formar parte del rito central del catolicismo, la Santa Misa: los fieles piden a Dios multitud de cosas mientras las beatas pasan el cestillo. En Hispania, pedir, especialmente a las puertas de las iglesias, se convirtió en un oficio digno, y las formas del pedir han sido muchas y variadas (el olvidado escritor soriano Juan Antonio Gaya Nuño escribió en 1972 un interesantísimo Tratado de mendicidad que he podido leer en la biblioteca de San Leonardo de Yagüe). Incluso, para mostrar su disconformidad con la atracción por lo material de algunos clérigos, en el siglo XIII surgieron las órdenes mendicantes, franciscanos y dominicos; esta última fue fundada por un burgalés, de Caleruega: Santo Domingo de Guzmán. En el XVI, con la Reforma, los mendigos pasarán a ser considerados unos fracasados. Ya en el XIX, Karl Marx los incluirá en el lumpenproletariat, junto a los escritorzuelos y las prostitutas, entre otros, una subclase social sin conciencia de tal y, por lo tanto, un atajo de inútiles. Ahora, en el siglo XXI, oficialmente no hay mendigos: son los sin techo, quienes pertenecen al grupi de las personas vulnerables. La caridad se ha disfrazado de justicia social posmoderna y los ha hecho desaparecer. Sin embargo, yo, hace unas semanas, me crucé con uno, un mendigo negro, al que di diez euros. Y he visto más. De todos los colores.
En cualquier caso, el quid de la cuestión no está en el pedir, sino en el dar. Porque, misteriosamente, como dice Jorge Drexler «cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da». Ignacio Falgueras Salinas, teólogo, catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Málaga, afirma en su artículo El dar, actividad plena de la libertad trascendental que
«dar es la actividad propia de Dios, entonces [...] no puede haber una actividad más alta que ésa ni en los cielos ni en la tierra. […] Considerado el dar en su grado más alto, puede ser descrito nuclearmente como aquella actividad gratuita, libre y personal que nada presupone y nada excluye, pues nada pierde ni hace perder en su ejercicio, sino que innova lo que da. En este sentido puede ser calificado de actividad perfecta o pura: un don es perfecto cuando al darlo, por lo menos, ni pierde el que da, ni pierde el que lo acepta ni mengua el don».
A mí, cuando leo estas cosas, se me nubla el entendimiento. Entiendo mejor a Leónidas, el caudillo espartano de la peli 300, cuando, en el momento de la carga de los persas, grita a sus hombres: «¡No les deis nada, arrebatádselo todo!». O a mi encantadora novia cuando, mientras escribo este artículo, entra en el salón y me dice: «¿Qué haces? Siempre estás a tus cosas... Eres un egocéntrico. Anda, dame un besito». Y yo le doy dos.

Galaor de Langelot
A estas horas y con un roedor que me pide marcha y al que se la doy perdiendo en el don una horita diaria que recupero en amor filial, me siento tan materialista como pobre o mendiga. Yo no doy a los que piden, ni propina en los bares, salvo exigencias turísticas, La dueña del roedor da a todo el mundo. Se les queda mirando un buen rato e imagina mil historias que me cuenta. Sabía los que hay en la ciudad y dónde se situaban. Así que le digo que haga lo que considere, y, si no tiene suelto o tiene sólo calderilla, me pide. Y yo le doy, ella recibe, yo también, el que pide también. El que…
La mendicidad siempre fue un fastidio en cualquier sociedad y siempre estuvo mal vista. A ver, que a mí no es que me sobre, pero que no me jodan estos putos pesados que siempre andan pidiendo para joderte un poco, si es que tú, privilegiado de mierda, has conseguido tomarte un vermú especial, después de una pequeña mañana laboral, ligeramente aburrida....
Mendigar significa pedir por necesidad: unos tenemos más que otros... Pero la equidad nunca será, no tanto por egoísmo, más bien por desconfianza: "a ver si ese ..,, encima." Triste.
Si se pide (a nadie nos gusta) es porque el mundo no anda bien; si se pide, por tanto, hay que dar, no por misericordia cristiana, solo por es…