Así pues, como decía, ahora es el tiempo de la gente. Ya no es el tiempo de los esclavos, ni de los vasallos, ni de los fieles, los cruzados o la pequeña grey que avanza sin temor, ni de los ciudadanos, ni siquiera el de los trabajadores y las clases medias. No es el Tiempo Ordinario ni llegará el Tiempo de Adviento, a pesar de lo que dice el taco del calendario. La organización del tiempo ha dejado de estar en manos de los poderosos, aunque algunos de esos tiempos siguen vigentes –el trabajo esclavo y alienante de los más pobres, los seminarios e internados de todo tipo, los institutos de Secundaria, el funcionariado– pero la digitalización está permitiendo, también en el mundo empresarial y educativo, que cada uno de nosotros seamos cada vez más dueños de nuestro tiempo. O eso parece.
Gente es un concepto sociológico cuyos componentes no están claros, pero que indudablemente está funcionando en la política, en los medios de comunicación y en las conversaciones cotidianas. Durante estos días he ido apuntando oraciones que leía o escuchaba en las que aparecía el término gente: en el HUBU, el día 13 de octubre: «hoy hay mucha gente en la cola»; hablando con una colaboradora de ACNUR por teléfono: «la gente no podemos abandonar a la gente»; en la COPE: «la gente de bien no podemos olvidarnos de las víctimas del terrorismo y de sus familiares»; visitando la exposición de Peridis en el Arco de Santa María con nuestro magnífico cicerone y compañero ateneísta Ángel Herraiz, en una de las viñetas se ve a Pablo Iglesias con piel de cordero meditando entre varias alternativas: «Podemos... asustar a la gente»; finalmente, en la tertulia política de la Sexta Xplica el vocablo aparece a diestro y siniestro en las intervenciones de los diputados: «¿Queremos ser un país que deje a la gente atrás?», «¿Tú por qué insultas a la gente pensando que va a cambiar su voto porque le subas la pensión?», «La gente no entiende que los políticos hablen siempre desde las trincheras» –todos y todas muy maqueados y maqueadas, muy previsibles, muy atrincherados y atrincheradas–.
Como vemos, a pesar de que los límites del concepto gente son todavía difusos, algunos de sus conjuntos y subconjuntos, que no tienen que ser necesariamente disjuntos, –cómo se nota que soy de la EGB– sí empiezan a definirse: está la gente bien, la que en Burgos vive en urba con piscina, que han heredado una posición, una educación y hasta un apartamento en la playa; está la gente corriente, de trabajo asalariado, que no llegan a los 3000 euros entre los dos, que están pagando la hipoteca, con los hijos en el insti o en la universidad pública en un piso de estudiantes; está la gente pobre, pobre gente, con trabajos precarios –de mierda, querría decir–, o en el paro, que no terminaron el Bachillerato ni la ESO, que miran al cielo los lunes al sol sin saber qué hacer con su vida; está la mala gente –la gente tóxica, dicen ahora– por los avatares del destino, por voluntad propia, que a veces vive en una urba y otras entra y sale de la cárcel, pasa unos días en Cáritas o en la calle, bebe cuando puede, o esnifa una rayita para olvidarse de sí mismo, no quiere saber nada de su ex y piensa que todos son unos cabrones y todas, unas putas; está la gente menuda, que vive en su paraíso, en sus pantallas, en sus cumples y Telepizzas y Domino´s Pizza, que están más buenas, en su fútbol inyectado en vena, en sus extraescolares, en su cole, sus amigos, sus juguetes y su finis mundi, que es la adolescencia, cada vez más temprana, cada vez más forzada, cada vez más interminable; estaba la gente decente, especie extinguida, de moralina franquista, jerez dulce o anisete con pastas y mesa camilla; está la gente de bien, que son voluntarios o socios de una ONG, ayudan al vecino en lo que sea, llaman a ese tío del que no se acuerda nadie y mueren pobres, pero felices; está la gente rara, que se apunta a First Dates, lleva tatus, no sabes cómo se gana la vida y se autodefinen como «nosotres»; y, finalmente, está la gentuza, concepto muy subjetivo, generalmente de tintes xenófobos y utilizado por la gente bien, en el que según quién puede incluir desde un inmigrante, más si es moro o negro, hasta un gitano, un yonqui, una prostituta o cualquier otra forma de vida marginal que no tenga que ver con la suya. La gentuza es, por lo general, buena gente, que, como ya apunté, es la mayoría de la gente.
Pero, conocido el percal, volvamos a la pregunta: ¿Qué hacemos con el tiempo que nos ha sido dado en este nuevo tiempo de la gente?
El socio n.º 3
¡Menuda miedo lo que prometes! Ándate con ojo, amigo, que puedes acabar engullido entre las fauces del feminismo más radical 🤣. ¡Adelante con ello, no te cortes ni un pelín!
Gracias por todos los comentarios. El próximo artículo, que cierra la serie, aclarará qué pasa con el tiempo de la gente. Y volveremos a la actualidad. A la ancha y ajena realidad, tan estrechada y uniformada por los medios, que dan ganas de levantarle la falda, como a las de concepcionistas en nuestros primeros escarceos amorosos.
Santo cielo, cuánta gente habitando el espacio de un tiempo aún no definido en este artículo tan completito y tan razonable, por evidente...
Son muchos los adjetivos que especifican al mismo sustantivo "gente", no del todo desgastado ni obsoleto todavía: "gente" bien, corriente, pobre, tóxica, menuda, decente, de bien, rara...; también "buena gente" y "mala gente", opuestos mas complementarios. Impecable el texto, sencillo también.
Pero se perdió entre tanta "gente" la presencia del tiempo... ¿Dónde se agazapó su sentido y definición?
A mí, de repente, me ha asaltado una imagen que no puedo por menos que compartir con vosotros, queridos compañeros de esperanzas: Una madre le da vuelta al reloj de arena que perteneció a su padre y que conserva…
Para la socia n° 15 mis más hemostáticos deseos y una aclaración: "Cosas de doña Asunción" no es de Serrat sino de J.L. Perales. A la gente lo que es de la gente y al autor lo suyo.
Sencillamente magnífico