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El vuelo de la picaza (II) La red

Yo voy, lobo estepario, trotando

por el mundo de nieve cubierto,

del abedul sale un cuervo volando

y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.

Herman Hesse


Como les decía, desde el ventanal de mi salón he observado estas últimas semanas cómo una pareja de picazas acondicionaba su nido en la copa del abedul plantado en el centro del jardín. Es un nido bastante grande, una tupida bola de palitos donde se intuye una entrada lateral. Algunas veces, uno de los miembros de la pareja aterriza en el suelo y, saltito a saltito, escala de rama en rama hasta llegar a él. No sé distinguir el macho de la hembra. Entre los dos se han hecho dueños del espacio aéreo de la plaza: asustan a las grajillas, espantan a las palomas y controlan a los gorriones, que son como niños.


​Esta pareja de urracas ha despertado mi curiosidad, que es el principio de la sabiduría, por lo que me he adentrado, saltando de página en página, en el universo de internet. Un saltito, y ya estoy en la primera rama del árbol del conocimiento. Al parecer, las picazas son tan listas como los chimpancés, se reconocen en un espejo, conocen a las personas, son capaces de imitar la voz humana y gustan del brillibrilli, quizás como reflejo de su plumaje blanquinegro iridiscente. Otro saltito. Desde la Antigüedad, tienen fama de charlatanas y metomentodos; por ello, las Piérides –las hijas del rey Piero de Macedonia–, cuando fracasaron tras desafiar a las Musas a un concurso de canto, fueron convertidas en urracas. Qué atrevidas las Piérides: es como si yo retase a mi encantadora novia a un debate sobre el estado de nuestra relación de pareja: acabaría convertido en cuervo, escaldado y desplumado.


​Saltito grande. Publio Elio Adriano, emperador del siglo II (117-138) de origen hispano, dio su nomen a Pons Aelius, una fortificación en el conocido como muro de Adriano en la Britania oriental. Es la actual Newcastle, cuyo club de fútbol, el Newcastle Football Club, es desde 2021 propiedad del Public Investment Club de Arabia Saudí, el mayor fondo de inversión del mundo. Los jugadores de este equipo, que visten de blanco y negro, son conocidos como las urracas. Por cierto, el PSG, el equipo de fútbol de París, la Francia, oh là là, la Ilustración y todo eso es propiedad –supongo que lo sabrán– de los qataríes; y el Manchester City, de los emiratíes. Ya se sabe, los emires árabes, su atracción por los objetos brillantes –el oro, las armas– y sus simpatías por el grupo terrorista Hamás.


Pero no nos vayamos por las ramas. Nuevo saltito. El caso es que Adriano quiso fundar otra ciudad, esta vez en Palestina, la Aelia Capitolina, en el lugar de la problemática Jerusalén. Su intención saducea era incorporar a los díscolos judíos a la cultura grecorromana. En concreto, lo que le sacaba de quicio era la tradición mosaica del Brit Milá, es decir, de la circuncisión, que le parecía una mutilación bárbara. Esto, entre otros motivos de mayor enjundia, provocó la rebelión judía del Bar Kojba (132-136). La cuestión es que la circuncisión debía y debe ser llevada a cabo –de cabo a rabo, podríamos decir en este caso– por un mohel, un probado santo varón que, como mínimo, guarde el Shabat y se alimente siguiendo el complicado protocolo del kashrut hebreo. Así, entre las aves kosher, es decir, aquellas que pueden ser ingeridas, no están las urracas: «De las aves no deben comer las siguientes; al contrario, las deben considerar animales despreciables: el águila, el quebrantahuesos, el águila marina, 14 el milano, y toda clase de halcones, 15 toda clase de cuervos, 16 el avestruz, la lechuza, la gaviota, toda clase de gavilanes, 17 el búho, el cormorán, el ibis, 18 el cisne, el pelícano, el buitre, 19 la cigüeña, toda clase de garzas, la abubilla y el murciélago» (Levítico, 11:13-19). La urraca, que es un córvido, no debe, por lo tanto, formar parte de la dieta judaica. El Levítico está plagado de indicaciones de esta índole. Yo me pregunto, cuando leo que el fariseo Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel y señor de la guerra, es un judío ortodoxo, si no sería capaz de tragarse un ibis.


Ya basta de revolotear. Desde esta altura omnisciente, desde la última cruz, tras este oscuro aguacero digital, el jardín parece un lodazal. Salgámonos de la red, refugiémonos en el nido, volvamos la mirada a ese banco de la plaza donde ayer brillaba el sol y se abrazaban dos adolescentes. Cómo los echo de menos.


Vuelo de una picaza
Fuente: Galaor de Langelot

Galaor de Langelot

1 comentario

1件のコメント


ゲスト
4月19日

Envidiamos lo que no tenemos, eso que sospechamos que es mejor y que brilla con mayor fuerza que lo que sí poseemos y consideramos más opaco, por manido y rutinario. Somos urracas buscando destellos en otros ojos, sin saber que los nuestros propios puede que brillen más.

Echamos de menos, envidiamos, lo que suponemos que es la felicidad ajena (siempre más grande y más perfecta que la propia nuestra), sin percatarnos de que, quizá, brillamos más para otras urracas que nos observan y también, ay, nos envidian por las mismas estúpidas y pueriles razones.

Echemos un hojeada al "Levítico", guardemos escrupulosamente el "Sabbat" y sonriamos con nuestro dientes de perlas al oro del sol, a ver qué picaza osa revolotear…

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