Yo quisiera deshacerme en mil terrones
de azúcar, para que veas que te amé,
aunque ya estés muerto.
Ese terrón resquebrajado
de tierra putrefacta
que entendió mi renacer de un dÃa.
Y yo lo vi.
(¿Tú lo viste?).
Yo quisiera verte, verte otra vez vivo,
para decirte todo lo que mi odio
no me permitió expresarte.
Y ¿cuándo fue algo, y cuándo fue
entonces?
Yo quisiera que tú supieras que hubo
un Antes que fue Todo para mÃ,
después de no haber sido Nada Después.
Yo quisiera decirte, ahora que ya no estás,
que te quise como se quiere querer
al que ya no está, pero siempre estuvo
y siempre estará.
Como ya no estás,
no me importa que sepas
que siempre te amé.
Y te voy a resucitar.
Lo siento
(¿Lo sientes?).
No sé decÃrtelo de otra manera;
como siempre, se nos hizo tarde
el entendimiento.
¿Hacia frÃo ayer, amor,
mientras no nos amábamos?
SÃ, hacÃa frÃo, mucho frÃo y
entre los tiritones de tanto frÃo
nos volvimos a amar.
¿Nos entendimos?
AnRos
El amante resucita al amado, lo hace presente a través de las palabras nunca dichas. Es un vivir ambiguo, un resucitar a la plenitud del amor a través de la palabra. Porque lo que se entierra es el sentimiento, y la vida de la carne sigue. Hubo un entenderse, un conocerse, un Ahora. Hubo un Antes y un Después. Y, al resucitar, queda la duda de si es posible volver a entenderse después del intenso frÃo del desencuentro.
El comienzo corresponde a uno de los versos de la Rima I de Bécquer: Yo sé un himno gigante y extraño... Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma... El juego verbal conduce al lector, desde un inquieto presente (…