1.ª edición: 1962, Editorial Minotauro, Buenos Aires, Argentina.
Ejemplar leído: Ediciones Alfaguara (6.ª edición). Colección Alfaguara Literaturas, Madrid, 1993.
Este libro me lo regaló mi amigo Julio. “Por la imaginación, la sonrisa, la naturaleza y los buenos momentos”, escribe en la dedicatoria. Hasta ahora, no había caído en que mi amigo se llama igual que el autor, Julio Cortázar. Podría dedicar los próximos años a leer o releer todos los libros escritos por autores del mismo nombre que mis amigos; así, debería leerme la obra completa, además del ya citado Julio, de Óscar Wilde, Diego Hurtado de Mendoza, Laura Esquivel o Fray Valentín de la Cruz, entre otros. Porque lo importante, nos explica Cortázar, no es tanto lo que se hace, sino lo que sucede mientras se hace.
Los microrrelatos que componen este sorprendente libro se agrupan en cuatro apartados: Manual de instrucciones, Ocupaciones raras, Material plástico e Historias de cronopios y de famas. Algunos de ellos aparecen en antologías y libros de texto como si siempre hubieran estado ahí, como los relatos homéricos o las parábolas de la Biblia. Pero no. Surgieron de la fértil imaginación del autor, quien nos propone una forma diferente de observar el mundo, llena de ternura, lirismo y algo de mala leche. El título de uno de estos relatos es muy significativo: Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir, o sea que las leyes podrían ceder terreno a las excepciones, azares o improbilidades, y ahí te quiero ver.
La mirada del autor penetra en la realidad como en una masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió. Es una mirada anárquica, entrópica, que roza lo ilegal. En un Buenos Aires reconocible y cotidiano de finales de los cincuenta –las casas con jardín delantero en la calle Humboldt, las barcas de Tigre, el Recreo Nuevo Toro, los concurridos velorios, el mate, el mazagrán, la caña quemada– Julio Cortázar nos permite contemplar el mundo con aguda ironía, taimado humorismo y, no es incompatible, profunda sensibilidad.
Frente a la realidad repetida mil veces descrita en Qué tal, López, descompone de manera asombrosa y asombrada nuestra percepción de lo real en sus manuales de instrucciones –por ejemplo, el conocidísimo Instrucciones para subir una escalera–; propone tareas realizadas porque sí –Pérdida y recuperación del pelo–, simulacros que no sirven para nada, porque lo importante es la ansiedad y la expectativa de estar haciendo las cosas; inventa objetos y seres inverosímiles que, desde las tangentes de lo racional, apuntan al centro de nuestros deseos y soledades –Propiedades de un sillón, Discurso del oso–; nos describe pequeños y grandes mundos que son un prodigio hiperestésico –Aplastamiento de las gotas– o una certera y poética predicción de nuestro presente –Fin del mundo del fin, Camello declarado indeseable–. Julio Cortázar inició un camino por el que han intentado transitar, tras él, multitud de entusiastas lectores.
Sin embargo, es el apartado que da título al libro el que no tiene parangón. Las veintidós anécdotas de la vida cotidiana de los cronopios, los famas y las esperanzas representan al hombre contemporáneo con precisión tanto sociológica como psicológica. Las imágenes cruzan el cerebro del lector y van directamente a su corazón, como si nacieran de su propio subconsciente. Lees y te preguntas: «y yo, ¿qué soy?: ¿Un infra-vida, un ordenado, cauto y libidinoso fama?, ¿una super-vida, un entusiasta cronopio que arranco las hojas de mi reloj-alcachofa?, ¿una para-vida, una boba y crédula esperanza?». Si quieren comprobar los efectos de la literatura cortazariana, hagan la prueba. Lean Haga como si estuviera en su casa. Y, luego, me comentan.
A mí, leer a Cortázar me produce grandísima alegría.
HAGA COMO SI ESTUVIERA EN SU CASA
Una esperanza se hizo una casa y le puso una baldosa que decía: Bienvenidos los que llegan a este hogar.
Un fama se hizo una casa y no le puso mayormente baldosas.
Un cronopio se hizo una casa y, siguiendo la costumbre, puso en el porche diversas baldosas que compró o hizo fabricar. Las baldosas estaban colocadas de manera que se las pudiera leer en orden. La primera decía: Bienvenidos los que llegan a este hogar. La segunda decía: La casa es chica, pero el corazón es grande. La tercera decía: La presencia del huésped es suave como el césped. La cuarta decía: Somos pobres de verdad, pero no de voluntad. La quinta decía: Este cartel anula todos los anteriores. Rajá, perro.
D. S. Martin
Curiosamente, a mí también me regaló el libro una de mis mejores amigas, la mejor en el sentido de que compartimos biografía muchos años. Era, creí yo como otros amigos posteriores, una esperanza: daba aliento cada vez que, al volver la esquina, la brújula nos amenazaba desde cualquiera de los puntos cardinales, sin mayores alaracas. Hoy he estado con otra esperanza, que me coge del brazo y me aplaca, como Cuaresma cuando me pongo Carnal: Hortelano era Belardo... Yo me creía un cronopio. Cuando abrí el libro aquella primera vez, como cada vez que vuelvo a abrir el viernes, me di cuenta de que los cronopios se disfrazan de esperanzas para que los famas nos sintamos cronopios. Desordena usted …
Una reseña escrita con sensibilidad y con acierto, como siempre, y con un punto de "coña", quizás también.
En efecto, entre lo cotidiano, lo extravagante, lo callado y lo redicho anda el juego de vivir.
Gracias por esta invitación a disfrutar de Cortazar (me lo apunto para cuando saque tiempo). Un placer leerte, como siempre, Dani.