1.ª edición: Editorial Alfaguara, Barcelona, septiembre de 2024. 196 páginas.
Este libro es el tercero y último de una serie inaugurada por La vida contada por un sapiens a un neandertal y continuada por La muerte contada por un sapiens a un neandertal. Compré los tres en su momento y he ido posponiendo su lectura hasta que estos últimos días he intentado reflexionar sobre el fenómeno de la conciencia. Así que he empezado por el último.
El libro es la historia de un desencuentro, el del cientificismo materialista del paleontólogo Arsuaga y el aguerrido idealismo del imaginativo Millás. Como pasó con los neandertales, Millás lleva las de perder en esta desigual batalla. A lo largo de los once breves capítulos que componen el libro, el científico acumula pruebas de que, si todavía la ciencia no es capaz de conocer cómo funciona nuestro cerebro, es por la ausencia de datos. De ahí la importancia de los algoritmos, del big data, de la IA, para resolver los últimos misterios, esos recovecos donde todavía se aloja el pensamiento mágico. Juan José Millás se revuelve como gato panza arriba, trata de defender la dualidad entre la mente y el cerebro, esquiva magistralmente algunas de las estocadas de su enemigo y trata de contratacar, pero sus fuerzas –incluso sus fuerzas físicas– flaquean.
No asistimos a la conversación informal de dos amigos. Todo lo contrario. Juan Luis Arsuaga prepara concienzudamente los lugares a los que acuden, las personas con las que hablan –todas tienen algo interesante que contar– y la doctrina que va a impartir en cada encuentro. Por su parte, Juan José Millás solo cuenta con sus fantasías, con su ironía, con su mala leche, con sus viejas armas de zorro viejo. Se sabe perdedor, pero sigue luchando: algún día la ciencia describirá su hipocondría, su ansiedad y sus miedos, pero todavía no, todavía solo él puede contárnoslos.
En cualquier caso, la insistencia de Arsuaga en algunos conceptos básicos termina dando sus frutos: la diferencia entre lo analógico y lo digital, la estructura y funcionamiento básicos del cerebro, los sistemas eusociales complejos como las colmenas, la etnicidad, los memes, la pareidolia y el conectoma, entre algunas otras nociones, se incorporan al saber del lector al terminar la lectura del libro. Son ideas que nos hacen ver el mundo de otra manera y nos ayudan a interpretar nuestro pasado y nuestro presente desde un punto de vista más objetivo.
Finalmente, todo burgalés debería acercarse a este libro. Además de las referencias a Atapuerca, el último capítulo es un homenaje a la ciudad de Burgos, especialmente a su catedral. El recorrido de Millás y Arsuaga por los entresijos de nuestro más querido monumento es el único momento del libro en el que la poesía y la mística iluminan el terrible vacío dejado por la incontestable doctrina del científico. Arsuaga se despide de Millás y se incorpora, seguro y alegre, a la caravana de su generación, que se perderá en el desierto entre risas y cálculos de laboratorio. Millás se queda solo, perplejo, con su inexplicable yo, buscando su cuaderno de notas y sus gafas de sol.
D.S. Martin
Interesante explicación para algo tan supuestamente básico, pero que siempre se nos escapa. No he leído ninguno de los tres libros, aunque conozco sus títulos, y me resultan simpáticos. También "conozco" a ambos autores, y considero muy acertadas las descripciones que de ambos haces, Dani.
Con todo, lo que más me ha emocionado ha sido el encuentro final entre la especulación científica de Arzuaga y la mística desbaratada de Millás, gracias a la espiritualidad que ofrece nuestro Monumento, difícil de definir por medio de algoritmos.
Me quedo con la socarronería gastada de Arzuaga, con la perplejidad miope de Millás y con la belleza inenarrable de nuestra Catedral.
Los demás que sigan cavilando
¿Me está diciendo que aún no había leído los otros dos? Es usted un hereje de la peor calaña.
Como acabo de leer su ensayo sobre los límites, voy a flexibilizar el mío y, como buena sapiens, adicta a Millás -no hay otro modo de serlo-, mientras dure la ilusión, le perdonaré su absoluto neandertalismo.
Mire que siempre pensé que yo era la neandertal. Pues va a ser que no.
Ayer, mi querida hija -lo más parecido que tengo a su querida novia- pasó por aquí y me empezó a dar la lata con este tema de si nuestra identidad es un conjuntos de conexiones eléctricas sólo y si va a desparecer sin más, y la relación de esa evidencia…