A lo largo de 1962, Ruth Paine se hizo amiga de Marina Prusakova, la mujer de Lee Harvey Oswald, el presunto asesino de Jonh F. Kennedy, presidente de los EEUU desde el 20 de enero de 1961 hasta el 22 de noviembre de 1963. Ese día, en Dallas, Texas, JFK recibió un disparo mortal en la cabeza que provenía supuestamente del Texas School Book Depository. Un mes antes, Ruth Paine había intermediado para que Oswald entrase a trabajar en el susodicho Depósito de Libros Escolares de Texas. Es curioso que la bala que supuso el magnicidio más importante del siglo XX empezase su trayectoria mortal rodeada de libros escolares, pero esa es otra historia. El problema que nos atañe hoy es: ¿Quién era realmente Ruth Paine? ¿Era un agente de la CIA? ¿Fue manipulada por la CIA sin ser ni siquiera consciente de ello? Todos los papeles concernientes al asesinato del presidente Kennedy deberían haber sido desclasificados en octubre ded 2021, pero el presidente Biden ha bloqueado su publicación. Todo esto lo escuché ayer a horas intempestivas en un documental de la 2. Uno de los entrevistados afirmaba que la teoría de la conspiración seguía vigente y que los americanos tenían que elegir entre «sentirse miembros de una democracia consolidada o súbditos de un imperio militarista».
Es una sensación dicotómica que, en las sociedades occidentalizadas al menos, tenemos todos: la curiosidad por la realidad nos atrae, como la luz a la entrada de la cueva, pero la realidad nos agota, y pronto regresamos cansados al fondo de la cueva, donde preferimos contemplar las sombras y los reflejos del exterior. Y así, en la mesa del bar miramos la pantalla del móvil en vez de mantener una conversación con el otro, que también mira una pantalla; veremos la final de la Champions mientras las bombas arrasan el Donbas –y me veo un vídeo del tanque ruso “Terminator”, “la cosechadora de la muerte”, precedido de un anuncio de Port Aventura; lo vuelvo a reproducir y ahora el anuncio previo es de un antimanchas post-acné gracias al cianurol–; y me hago el Camino de Santiago como si las fuerzas telúricas bajo las antiguas calzadas romanas y la mística contemplación de la vía láctea fuesen a darme la clave de mi futuro; y aplaudimos el ensueño de un duelo al sol en el Oeste americano mientras un adolescente mata –también en Texas– a dieciocho niños y dos profesores. La cuestión es evadirse, irse de uno mismo, andar por fuera, no enfrentarse a la realidad, vivir en el cuento, creer en el Ratoncito Pérez, en la parusía y en el patriotismo de Kylian Mbappé; soñar con que ella va a reconsiderar su decisión, con que me van a renovar y me van a hacer fija, ahora, con la nueva ley; olvidarse de que Pandora abrió la misteriosa tinaja de Zeus y de que John Lennon también soñó con dar una oportunidad a la paz mientras el napalm abrasaba los cuerpos de los campesinos vietnamitas.
Y así, mientras veía desvelado el documental, me fijaba en el rostro de Ruth Paine y pensaba que ni siquiera ella sabía quién era Ruth Paine, que ella misma se había autoconvencido de que la Ruth Paine que habitaba en el fondo de la cueva era la verdadera Ruth Paine, y que creía firmemente en su versión de los hechos, y que solo le interesaba podar los tallos secos de las flores de su jardín, fregar la taza del desayuno con cuidado y ponerla a secar en su sitio, y reírse con sus viejos amigos de la teoría de la conspiración.
Imagen de Objetivismo.org
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