Levanto la persiana y la luz de la mañana entra en mi habitación. Aparto un poco la cortina para poder observar el jardín. Es un jardín comunitario, grande, bien cuidado, que rellena una plaza cuadrangular de uso público. En el perímetro, cuatro bancos deshabitados. En el centro un chopo blanco se viste de hojas nuevas; las esquinadas acacias, podadas con determinación, no han brotado todavía. Algunos arbustos –viejos romeros, impasibles durillos– interrumpen la pradera de césped, salpicada de dientes de león y corros de margaritas. Tocan las campanas de Las Huelgas, es Domingo de Resurrección. Todo invita a la alegría: por acá, una alegría soleada, primaveral, corporal, profana; en el aire, una alegría mecánica, ritual, salvífica, divina.
El poder ha intentado siempre controlar la alegría del pueblo. Para la Iglesia, el júbilo, la risa de los pastores, es cosa del diablo. San Jerónimo, en su Biblia Vulgata, da un nuevo significado al término año jubilar: si para los hebreos era el año en el que se liberaba a los esclavos, se dejaba descansar la tierra, se saldaban las deudas y se recuperaban las propiedades familiares, para los cristianos será un año de indulgencia plenaria. Alegraos, porque si entráis por la Puerta Santa, seréis perdonados. Es la alegría de la fe. Por su parte, los ilustrados pensaron que las danzas y festejos populares eran manifestaciones de un primitivismo ajeno a las luces de la razón. Y los prohibieron, los pautaron, los ningunearon. Jovellanos no lo tenía tan claro: si al pueblo le quitas sus espontáneas diversiones, entristece y languidece en una perezosa inacción.
Ahora existen otros poderes que tratan de robarnos la alegría. Ya lo explicó Erich Fromm en 1941 en su tratado de psicología social El miedo a la libertad: en las sociedades democráticas occidentales, el ciudadano es aparentemente libre, pero está dominado por las fuerzas del mercado. Sus pensamientos son pensamientos ajenos y su comportamiento está estandarizado; el temor a ser verdaderamente libre rige su destino. En 2007, la periodista canadiense Naomi Klein publicó La doctrina del shock ahondando en esa idea: el capitalismo neoliberal mantiene a los consumidores en un estado de miedo permanente, para lo cual crea crisis sucesivas de diferente naturaleza (la pandemia y la guerra de Ucrania serían los últimos ejemplos de ello) que benefician a una élite y perjudican a la mayoría.
He ahí, por lo tanto, una de las profundas dualidades del hombre contemporáneo: los presagios funestos que nos paralizan y nos vuelven cada día más egoístas y solitarios frente a la acción colectiva y esperanzada, la evasión digital frente a la posibilidad de una vida plena, el terror de Mordor frente a la bonhomía de la Comarca, el pavor infantil de la Casita de Chocolate frente a la sonrisa de Shrek, el ostensorio frente a la Tarasca, los lemures frente a los lares.
Pasa ligera, junto al arroyo de FuenteMoro, la bendita primavera.
El socio n.º 3
Diríase que estás triste... Pues no lo estés: la primavera es solo otra estación del año –dicen que la más bonita, porque hay más flores, más sol y más agua–, pero no hace sino cumplir su función natural año tras año desde siempre, eso sí, bonitamente ataviada.
Y no estés triste, te digo, porque la primavera no sabe de capitalismos ni de democracias, ni de libertades ni cautiverios: ella no es culpable: sólo cumple su sisifeante cometido anual.
Las políticas han estado siempre, y siempre han sido malas: las hacemos los humanos, que somos imperfectos, vulnerables y egoístas; la primavera también ha venido siempre, y siempre ha sido buena: la despierta la Naturaleza todos los años para que no olvi…
Ay, querido socio número 3: se dice que el perro se acaba pareciendo a su amo... Y este refrán, como sabe, tiene, en el texo, como mínimo, dos lecturas. A mí la general, la pública, la evidente, me parece tan fatal como triste. La segunda me hace reír. Y con la risa en los labios, mientras nuestros alumnos escriben como pueden acerca de la poesía desde el 75 a la actualidad, de la irrupción de los novísimos con la movida madrileña de fondo, sin saber lo que es, yo tarareo continuando su primera oración: tus cabellos dorados parecen el sol (...) Me asomo a la ventana y eres la chica de ayer, jugando con las flores de mi jardín, demasiad…