1.ª edición: Kurt Wolff (editor). Leipzig. 1915.
Ejemplar leído: Editorial Cátedra, colección Letras Universales, 13.ª edición, 2008. Edición de Ángeles Camargo. Páginas 133-188.
Me leí este relato con 17 años, y me lo releí después, hace menos de 15 años. No me acordaba prácticamente de nada. Siempre he envidiado a los memoriosos: en un curso de verano de la Universidad Menéndez Pelayo impartido por Juan Manuel de Prada, tuve la ocasión de comprobar que este escritor tiene una memoria prodigiosa: pudo solventar sin dificultad todas las cuestiones –algunas de detalle– que surgieron sobre varias obras maestras de la literatura universal. Ya les digo, qué envidia.
Como les decía, yo me he tenido que leer tres veces este cuento –pues cuento largo es, y no novela– para asimilar, espero que para siempre, algunos aspectos básicos del mismo. Lo primero, que es un libro simbólico. Algunos teóricos lo encuadran dentro de la literatura del absurdo –en su momento fue una obra expresionista más– pero, para mí, la transformación de Gregor Samsa en un escarabajo (no les descubro nada, lo dice en la primera oración del libro) no tiene nada de absurdo. En algún momento de nuestras vidas, todos nos convertimos en horribles insectos.
Entre esos aspectos básicos, destacaré otros dos: por un lado, el problema de la incomunicación de Gregor con su familia (ellos piensan que él no los entiende, pero Gregor es consciente de todo y no puede comunicarse con ellos a pesar de sus esfuerzos) y las consecuencias de esa incomunicación; por otro, la importancia del dinero como eje vertebrador de la trama. Las palabras deuda, jefe, ingresos, desastre comercial, cuentas, presupuesto familiar aparecen continuamente. De hecho, la vida de los Samsa se ve totalmente trastocada porque un escarabajo, naturalmente, no puede ir a trabajar.
Hay otros muchos aspectos y personajes que requerirían nuestra atención. Por ejemplo, el equivocado sentimiento de culpa de Gregor. O su relación con las mujeres, especialmente con su hermana Gretel, que es la protagonista oculta de esta novelita. Y, en concreto, su relación con el misterioso cuadro de una mujer con sombrero que cuelga en su habitación. O los extraños tres huéspedes que viven en la habitación realquilada. O la distribución y recolocación de los muebles en la habitación de Gregor. En este sentido, facilita la lectura tener a mano un plano de la casa. Por ejemplo, este, realizado por el arquitecto Emilio Delgado Martos.
Y, finalmente, más allá del texto, está el contexto. El autor y su vida. Su trabajo como abogado, sus miedos y su tuberculosis. Su familia. La relación con su padre, con sus tíos y con su hermana. Sus frustrados compromisos matrimoniales. Su inseguridad. Sus amigos. Max Brod. Su obra. Su mundo. Praga, 1912. La lectura del periódico vespertino en voz alta –no hay radios todavía–, los seguros médicos, la jubilación anticipada, las cajas registradoras marca Wertheim, las criadas, el uniforme con brillantes botones de los botones de los bancos, el tren, la luz eléctrica en las farolas de la calle. El fin de una época, la del triunfo de la burguesía, el mundo de ayer. Pero esto es una simple invitación a la lectura o relectura de este relato. Háganlo. Es una historia que no tiene desperdicio.
D.S. Martin
En efecto: es un relato que no tiene desperdicio (quizá mañana o pasado retome su lectura).
En efecto, también: nadie está libre de transformarse en un asqueroso bicho, aunque un poco más poco a poco, considero también (tan de repente, se lo reservo solo a Kafka).
Eran otros tiempos, pero son los mismos: siempre pensé que el sombrero de la señora del cuadro era el escarabajo con las alas a medio desplegar: le habría bastado al bicho con deshacerse del sombrero para alcanzar su antigua normalidad... No sé, ocurrencias, supongo.
En lo que estoy absolutamente de acuerdo contigo es en la envidia soterrada por los que lucen y ostentan esas memorias irreductibles. (Saludos a Juan Manuel de Prada, y mis…