En el bulevar que recorre el antiguo trazado del ferrocarril hay un tramo, más allá del barrio de Celofán, que bordea la ciudad: a un lado, una última línea de farolas ilumina tenuemente una estrecha acera de factura barata; al otro lado, la oscuridad. Para llegar a mi casa conduzco por esa línea fronteriza, lo que me ha llevado últimamente a reflexionar sobre el huidizo concepto de límite. A un lado, la civilización; al otro, terra incognita, laderas raramente, quizás nunca, allende las lindes, holladas por el pie humano.
No es la primera vez que mi atención se queda suspendida, como cernícalo, sobre esa palabra. De hecho, la he tenido delante durante muchos años: en mi taza de desayuno puede leerse una frase de Wittgenstein que reza: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento». Para un filólogo, esta sentencia es un lema de vida. Leía esta afirmación todas las mañanas e identificaba mentalmente las palabras lenguaje y conocimiento sin pararme a pensar sobre la palabra clave que permite esa identificación y que se repite dos veces: la palabra límite.
Así, impulsado por ese transitar diario por los confines de la ciudad, esa palabra, impresa en mi taza de desayuno y grabada en mi subconsciente, ha ido emergiendo a la superficie de mi raciocinio como una palabra digna de mayor atención. Y a poco que uno medite sobre el asunto, se da cuenta de su enorme trascendencia. Desde el origen –el paso de la nada al ser– pasando por la encapsulación de la protovida, la Ética (acuérdense de la canción ochentera de La Frontera), la Pedagogía y el fitness –eso que dice mi encantadora novia que va a practicar en este nuevo año–, hasta lo religioso –ese innegable afán de trascendencia negado por la Razón ilustrada– y la muerte –el paso del ser a la nada–, la idea de límite es consustancial a todas las dimensiones de lo humano. Es más, la comunicación sólo es posible cuando conocemos y compartimos la definición de las palabras, es decir, cuando conocemos y compartimos sus límites.
El caso es que estaba yo tan feliz con este descubrimiento –en mi pedantería elaboraba una futura fenomenología del límite– cuando, el último día del año, me topé con la obra de Eugenio Trías. La labor creadora de Eugenio Trías, uno de los grandes pensadores del siglo XX, tiene como eje la noción de límite. Así, a partir de ella aborda las diversas disciplinas filosóficas, desde la Ontología hasta la Estética, construyendo una de las obras más consistentes de la historia del pensamiento español. Y, entonces, una vez más, fui consciente de mis límites. Por el momento, he decidido abandonar mi proyecto fenomenológico y buscar una tienda de souvenirs donde puedan grabarme una taza de desayuno con el siguiente eslogan: «Los límites de mi conocimiento son los límites de mis lecturas». Y regalarme algún libro –no creo que a nadie se le haya ocurrido la idea hoy, día de Reyes– de Eugenio Trías.
Galaor de Langelot
Llego con retraso y triplemente limitada. Y, encima, ya he desayunado.
Pero siento enormemente que no vaya usted a escribir un pedantérrimo ensayo sobre los límites.
El límite es una palabra. Y si accedemos a su acepción abstracta, un constructo. Cultural, como todos. A las personas apocadas nos sirve para conducirnos, ilusos, en un realidad fenomenológica caótica.
Hay otros libres de constructos liberados, contraculturales que vaya usted a saber que hacen con nosotros...
A ellos no les asusta el caos... Lo intensifican y se alimentan de él.
Que se lo digan a Elon Mask y a Zuckerberg (no me voy a molestar en mirar cómo se escriben sus nombres), que , como el propio Trump, le va a la zaga.
Estimado filósofo, se agradece la recomendación de tan ilustre pensador que curiosamente fué profesor en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Como habitante de las afueras, o si nos ponemos mas estupendos..., como experimentado habitante de las periferias, puedo decir que después de la última farola también crecen flores hermosas.
Yo también me pregunto por los límites y con la edad transito por ellos sin mucho desasosiego y en ocasiones hasta con cierta prestancia.
Por eso seguiré pensando en los límites matemáticos como aproximación a las sucesiones o funciones. O en los físicos que nos hace humanos. O en los mentales que nos impide solucionar nuestras cuitas.
Y me quedo con una definicion de límite entre el campo y la…
Interesante reflexión, Lancelot.
En efecto, considero que los límites son el principio y el fin de casi todo: de la vida con la muerte, del error y del acierto, de la bondad y la maldad, del odio y del amor...
No obstante, el límite es como una goma elástica que estiramos o menguamos en demasiadas ocasiones de acuerdo a nuestros interesados intereses, tantas veces bastardos....
¿Dónde está el limite entre una paz dudosa y una guerra equivocada? ¿Dónde el de un gesto conciliador o un tiro en la sien? ¿Dónde el de una lágrima y un beso?
Qué sabe nadie (ni siquiera Trías).
Quizás los límites se inventaron para esconder el pudor, la vergüenza y otros muchas perversiones que, también,…