Como decía, antes de toparme con la filosofía de Eugenio Trías, había proyectado escribir una Fenomenología del límite que sorprendiera a propios y a extraños. El tratado estaría dividido en dos grandes bloques: los límites exteriores y los límites interiores. Como se ha podido atisbar en el artículo precedente, el primer bloque pretendía abarcar un inabarcable conjunto de disciplinas, desde la Biología hasta la Estética, cuyo análisis desde el punto de vista del concepto de límite superaba ampliamente mis capacidades. Así que decidí centrar mis esfuerzos intelectuales en el segundo bloque: los límites interiores, entendiendo por tales, nada más y nada menos, el problema del yo.
Cuando un diletante como yo reflexiona sobre tan peliagudo asunto, le surgen algunas preguntas básicas: «¿Quién soy yo? ¿Soy un solo yo o soy varios yoes? ¿Qué relación hay entre el yo y la conciencia? ¿El yo es un producto del cerebro o es el cerebro mismo?». Y otras cuantas que no apunto por no aburrir al lector. Ya se sabe que en la ciencia, y mi tratado pretende tener un carácter científico, lo importante son las preguntas.
Para no hacerme vanas ilusiones sobre los nuevos caminos que abría en el conocimiento y caerme del guindo a posteriori, como me pasó en el artículo precedente, acudí a todas las fuentes de información a mi alcance. En primer lugar, me leí el libro La conciencia contada por un sapiens a un neandertal, de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, lo que me produjo un cierto hormigueo mental, una inicial sospecha de que yo, con mis alegrías, mis penas y mis neuropatías periféricas, con mi libre albedrío y con mi futuro, no fuese yo. Es decir, que el yo fuese una metáfora, una imagen provisional, otro mito más que está siendo derribado por el método experimental. Un minero del alma en las galerías de Matrix. Mosqueado, acudí a la biblioteca pública y consulté los libros de Susan Blackmore, de Michael Gazzaniga, de Daniel Dennet. Como era de esperar, me caí fulminado del guindo: yo, no soy yo. Mis límites interiores están determinados por unos flujos neurales que empiezan a ser dibujados con precisión en los laboratorios. Soy un qué, no un quién.
En estas estaba, en la profunda desazón de saberme cosa, cuando mi encantadora novia vino a rescatarme:
—¿Has escuchado esta canción? NostalgIA. Está hecha con ChatGPT con las voces de Bad Bunny, Justin Bieber y Daddy Yankee. Escucha.
Yo, o lo que fuese, acorralado, escuché atentamente la canción. Entonces, recobré la esperanza. Cogí mi cuaderno de notas, en un rincón olvidado, y miré los ojos marrones de mi chica, esos receptores ciegos de información:
—¿Cómo dices que se llama? — inquirí, con fuerzas renovadas.
—NostalgIA. Se escribe con «IA» mayúsculas, porque está hecha con Inteligencia Artificial— respondió ella, o lo que fuese, candorosamente.
—¡Ahhh…! Y, ¿de quién dices que son las voces?
—De Bad Bunny –sí, como el conejo–, Justin Bieber, –bi-e-ber, las dos con b– y Daddy Yankee, de Dad…
—Ya, ya… que algo sé de inglés. De Dad, Daddy, y yankee, americano.
El caso es que estas últimas semanas, por razones que no vienen al caso, he estado repasando la obra de Antonio Machado. Lean, comparen y concluyan. No hay mucho más que decir.
ChatGPT
NostalgIA
Desde que tú y yo terminamos, a verte, no volví
Cuando te tomé de la mano y te dije sorry, now
Slowy, slowy, la nostalgia está viniendo
Recuerdo
Todas esas maratones que hicimos en mi cuarto
Siempre de tantas opciones elegimos besarnos [...]
Antonio Machado
CXXII
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
Mucho yo para ChatGPT el yo poético de Antonio Machado. Mucho yo para ser cosa de artificio, ¿no les parece? ¡Quién sabe lo que se traga la tierra!
Galaor de Langelot
Dicen por ahí que lo que llamamos yo es una historia. Claro, que el autor no es el yo, sino la red neuronal que se extiende por las diversas partes den encéfalo combinando estímulos externos e internos, emociones innatas, pensamientos aprendidos del entorno.
A la IA, métale usted sus textos, sean suyos o no, o los versos de Machado, ya verá lo que le sale.
Algo bueno va a tener: nos vamos a volver todos tontos. No es que no lo seamos ya, pero, al menos, no tendremos conciencia de serlo.
Y so yo fuera su querida novia, a quien, afortunadamente, no puede dedicarle el poema de Machado, le mandaría a tocarse los límites internos o externos. ¡Vaya metáfora!
Preciosa y original esta reflexión.
Preguntarse quién/qué es "ser" yo a estas alturas del mundo y del tiempo, quizá resulte un pelín ingenuo...
Contentémonos con intuir que somos un pelo más dentro de la cabellera espesa de un cráneo pensante... No está tal mal: algo nos toca de champú y de idea.
La parte romántica del texto nos ayuda a simplificar el enredado ovillo del amor: lo mejor, lo más sencillo y lo más tierno: la caricia de dos manos y dos labios que rompieron los límites de sus respectivos "yoes" para abrirse a un espacio de felicidad ilimitada.