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Los últimos paseantes

Pasear no es cualquier cosa. No es andar, ni caminar. Ni siquiera salir a dar una vuelta. Pasear es, fundamentalmente, una actitud. El paseante recorre el espacio como si estuviese en el centro del mundo, fijando su mirada en todo lo que le rodea. Todo merece su atención y de todo quisiese saber: de ese pajarillo que se posa fugazmente en una rama; del mismo árbol, del que se desprenden las últimas hojas en esta otoñada tardía; de este hombre que le mira y esboza un saludo; de aquella gárgola en el vierteaguas de la catedral; del anacrónico escudo de piedra en una fachada de ladrillo; de la invisible red de alcantarillado; de aquella formación de nubes; de los pétalos de esa florecilla solitaria. El paseante se detiene ante el escaparate de una librería, de una ferretería, de una pastelería, de una lencería (mi encantadora novia dirá que esto último está de más, pero, para el paseante, nada está de más). El paseante se detiene ante un escaparate vacío, ante un comercio cerrado. El paseante no es un mirón papanatas, ni cínico voyeur, ni un turista, ni un cazador. El paseante pasa por el tiempo acompasando su andar al ritmo del corazón, dejando fluir el pensamiento.


Pasear fue una costumbre inventada por los aristócratas, quienes, pausadamente, disfrutaban así de sus jardines barrocos. Después, también la burguesía quiso probar tan distinguido placer. Toda ciudad de postín derruyó sus murallas y construyó un paseo donde, al atardecer, después de cumplir con las obligaciones diarias, los señores galleaban y se saludaban con un leve toque en el sombrero, las señoras cotorreaban de esto y de aquella, las señoritas se pavoneaban con sus mejores galas y los señoritos estiraban las patas como patos. Todos creían pasear. Curiosamente, en estos bulevares decimonónicos se vieron los primeros ejemplares auténticos de esta nueva especie urbana, es decir, se censaron los primeros paseantes, unos seres solitarios entre una multitud contemplada. Los primeros flâneur. Se ha escrito muchísimo sobre este curioso fenotipo urbano, de este observador, atento y cabal, que deambula creativamente por la ciudad.


Robert Walser (1878-1956) es el prototipo de paseante. En su libro El paseo describe minuciosamente sus vivencias de experto paseador: cómo, generalmente por la mañana, abandona el cuarto de los escritos o de los espíritus, cierra la puerta, baja la escalera, y, en un estado de ánimo poético-extravagante, comienza a dar pasos, medidos y tranquilos, uno detrás del otro. Por otra parte, el filósofo judío Walter Benjamin (1892-1940) dedicó parte de su tiempo a pensar sobre este moderno espectador urbano. Entre los miles de anotaciones que conformarían póstumamente El libro de los pasajes (los pasajes son las primeras galerías comerciales, que tanto atrajeron la atención del filósofo), apuntó que la llegada de la sociedad de consumo estaba terminando con el flâneur, con esa improductiva forma de vivir.


Walter Benjamin se suicidó el 26 de septiembre de 1940 en Portbou, municipio gerundense que hace frontera con Francia, para no caer en manos de la Gestapo; las autoridades franquistas no admitieron el visado –fatidícamente, sólo esa noche no se pudo pasar con ese tipo de visado– que le hubiera permitido llegar hasta Lisboa y, desde allí, a Estados Unidos. Año y medio antes, en enero de 1939, Antonio Machado también había cruzado la frontera, en sentido contrario, en dirección a Francia, a pie; también huyendo. Morirá el 22 de febrero en Colliure. El poeta sevillano, paseando entre San Polo y San Saturio, orillas del Duero, compuso Campos de Castilla.


Un siglo después de escribir El libro de los pasajes, las predicciones de Walter Benjamin se han cumplido. El paseante es una especie en extinción. Desaparecido en el ambiente tóxico de los actuales centros comerciales, todavía pueden verse algunos ejemplares en las calles de nuestras ciudades, aunque cada vez son menos. Ese de ahí, desde luego, no lo es: camina mirando el móvil; aquella, tampoco, hace footing; aquel, muy raro, ni de lejos, es un pajarero urbano; este lo parece, pero va a lo suyo, abstraído; y aquella otra, vaya usted a saber por qué, va con prisas a algún sitio. Muy de vez en cuando, un paseante. Se diría que los últimos paseantes son sólo gente mayor, super-vivientes, gente feliz a pesar de todo. Sin embargo, alguna vez, un adolescente, extasiado en medio de la realidad, mirando al infinito, perplejo ante la maravilla de estar vivo, quizás enamorado, se cruza en mi camino.


Paseante
Paseante. Fuente: Ayuntamiento de Basauri

Galaor de Langelot

4 comentarios

4 comentários


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08 de dez. de 2024

Mire usted que, mirando hacia dentro, se mira hacia fuera. Y que hoy es domingo y el viernes no tuve conciencia de su artículo, por lo que lo imaginé vagando y descubriendo en ojos ajenos, en escaparates (también de lencería), en alcantarillas y diccionarios, el espíritu de la transición.

Nada más levantarme he acercado mi planta a la ventana, para que le diera la luz.

En la cocina he pensado decirle: me gustaría salir a pasear y mojarme con la lluvia... Para volver a casa no por Navidad, ni tras cruzarme con el tiempo perdido, sino porque sí.

Y abro el correo por si... Y sí. Ahí está usted. Esperando como por casualidad.... Hablando de esta otoñada: salgamos a la…

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06 de dez. de 2024

Pues sí, amigo, como siempre un excelente artículo el tuyo. Gracias.

El problema es que se pasea por frivolidad o por aburrimiento.

Si paseásemos por el interior de nuestras almas (no por los escaparates que nos ofrecen El Gran Imperialismo Capitalista, otro gallo nos cantaría,

vive Dios.

Otros (Benjamín, Machado...) no pasearon. Sobrevivieron (o no) pasando, que no es lo mismo.

Agradezco la idea, la maravillosa reflexión, pero no la comparto.

Se aproximan las fechas (ya están) de los grandes trasgos (que no paseos) para adquirir el gran imperativo los compromisos necesarios-capitalistas que nos impone la Navidad. Sea. Yo pasearé por mi interior, a ver si barro alguna miseria que me ocupa, para dejarle un hueco al Niño Dios.

Feliz…

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06 de dez. de 2024
Respondendo a

Hoy me has pillado un poco borracha: imperativo de las fechas que van llegando. Perdón por los errores de pensamiento o de escritura.


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06 de dez. de 2024

Precioso articulo como siempre. En mi caso el ruido de la ciudad y sus incesantes obras, propias de nuestros tiempos, diificultan mis paseos por la ciudad.

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