Ese mar...
Ese mar que nos acuna y nos ahoga,
nos degolla, nos deglute, nos saliva y
nos salva.
Ese mar que vemos dibujado en
los mapas, pero que nunca es real...
Ese mar, que se quería escapar entre
mis rodillas para buscar un río al que pedir
perdón por haber inundado una orilla
imposible
inocente...
Oh mar, ese mar revoltoso que me embauca y que me ama,
que me regala blancas algas
con sus secretos silencios, dulces,
que me mece y me columpia
entre sus olas
falsas...
Ese mar que ruge ya sin fauces,
león abandonado sin garras, amansado
bajo una lona de plásticos...
Oh mar, Cantábrico absoluto:
a ti me entrego, a ti te regalo ya mi más
resignado,
respetuoso
Silencio.
Y tú sabes por qué.
AnRos
El mar y sus peligrosas rodillas. Perdón, orillas. Me han entrado ganas de volver a ver De aquí a la eternidad...
Hay un secreto que guardan la poeta y el mar, un secreto que no quieren compartir con el lector. Es un mar en el que nos sumerge a través de la primera persona del plural, un mar salvaje pero irreal que, de pronto, nos insinúa el secreto compartido con el paso a la primera persona del singular. El mar salvaje se ha transformado en un niño revoltoso que se balancea de un columpio que cuelga entre las piernas de la poeta. Un mar falso, amañado, plastificado, al que, sin embargo, se entrega. No nos quiere decir por qué, pero esa orilla inundada, que ya no es orilla...