top of page

Pegar la hebra (V) El sueño de San Virila

En resumen, en el amable círculo de los tertulianos pululan la fascinación de olvidadas mitologías, las frías demostraciones dialécticas, las afirmaciones escolásticas, duras como el pedernal, el chascarrillo popular y la sentencia del sabio, la galanura del marqués y el improperio tabernario. Sobre ese magma histórico, las tertulias siguen emergiendo a la superficie del hablar presente, aunque cada vez hay menos lugares propicios para la plática implume –bares sin demasiado ruido y una mesa al fondo, un poco apartada de la barra; un café donde se juntan dos mesas y las palabras, sorprendidas, encuentran nuevas miradas; soportales a la fresca del atardecer en algún pueblón sin mar–; pero, desde mi punto de vista, es a la sombra de los ateneos donde las conversaciones pueden dar sus mejores frutos.

En este sentido, es difícil definir lo que es un ateneo; quizás sea algo más fácil intentar concretar lo que no es. Un ateneo, desde luego, no es un club inglés exclusivo para hombres (recordemos que la primera socia del Ateneo de Madrid, D.ª Emilia Pardo Bazán, fue admitida en 1905, setenta años después de su fundación); miren lo que decía Mariano Cavia –una persona tolerante y liberal, según las crónicas– por aquel entonces sobre la posible admisión de féminas en la institución:

«Era lo que faltaba al Ateneo: convertirse en Atenea», «quiero, amo y adoro a la mujer, pero… lejos del Ateneo»; y arremetía contra las marisabidillas: «con la señora de Pérez Adefesio a la cabeza, y la de Casa-Pelma a retaguardia, y aunque Metonimia Gómez, la musa de Villacargante, me abrume bajo el peso de este apóstrofe culti-cursi-helénico: —¡Misógino!»; temiendo que «una vez dentro del Ateneo, no se darán las invasoras por contentas, y sabe Dios -¡el Dios de los marimachos!- en qué nuevos charcos se nos querrán meter».

En fin. Qué miedo hemos tenido siempre los hombres a las mujeres libres, y cómo nos hemos afanado –y algunos se siguen afanando– en que no lo fueran.

Un ateneo tampoco es una logia, ni rinde culto al Gran Arquitecto, ni inicia a sus nuevos socios en rito alguno, aunque ensalza la razón y la educación, el trabajo y la paciencia. Un ateneo no es sociedad secreta, ni escuela de pensamiento, ni un think tank con aspiraciones metapolíticas. Más bien, es una sociedad sin secretos. Tampoco es un club de golf con piscina y canchas de tenis, ni tiene vocación de grupo de autoayuda, salón parroquial u ONG.

Por lo tanto, si se puede decir algo, un ateneo es una reunión de hombres y mujeres libres, donde tienen cabida la devota, el ateo, el cura y el cardenal, aunque es previsible que los laicos, aunque ellos no lo sepan, sean abrumadora mayoría. También se admite al erudito, al autodidacta y al entusiasta sin titulación: especialmente a este último, porque el entusiasmo se contagia y produce cosquillas de felicidad. Se vitorea la llegada de lectores enfebrecidos, ya que los buenos libros son tejido vital, y las palabras hermosas recogen la vida como las flores el rocío de la mañana. Son bienvenidos los hunos y los otros, como decía Unamuno, los empresarios y los asalariados, los estudiantes y los jubilados. A los autónomos y a los parados se les anima a entrar con especial ternura. Se acoge a los postulantes sin distinción de género –buena está la cosa, como para preguntar– y no se pide a nadie carnet alguno, ni siquiera el de conducir; tampoco se les exige ocho apellidos nobles ni un análisis frenológico para determinar si el candidato cumple con los parámetros del intelectual puro. No se examina su color de piel, ni su prepucio y, finalmente, no se hace distingos entre vegetarianos, veganos y macrobióticos. A los únicos a los que se les pone alguna pega son a los negacionistas de cuaquier índole, porque la estulticia es incompatible con los principios ateneístas. Los violentos tienen negada la entrada.

Hombres y mujeres libres. Ni libertarios ni librepensadores ni, mucho menos, libertinos. Aunque los tres caen simpáticos y son escuchados atentamente en las tertulias del ateneo, los interlocutores siempre esperan algo más. Esperan escuchar el aleteo de la libertad. Esperan que, al llegar, sus compañeros se desprendan de su capa, cuelguen su sombrero en el perchero, se descalcen y se acerquen confiados al círculo para hablar de las cosas, para olvidarse de sus cosas. Esperan que, como san Virila, en las laderas del monasterio de Leyre, junto al arroyo Marmayor, todos escuchen extasiados el canto del ruiseñor e imaginen por un momento cómo será la eternidad.


El socio n.º 3

4 comentarios

4 Comments


Guest
Mar 26, 2023

Os agradezco mucho, queridos lectores, vuestros generosos comentarios. Espero seguir contando con vuestra compañía mientras dure esta aventura ateneísta. En todos los principios siempre hay una tendencia a la disolución hasta que, como la semilla tras el duro invierno, cogen fuerza y brotan arrolladores.

Like

Guest
Mar 25, 2023

Soy una entusiasta sin titulación. Declaró que este artículo es especialmente completo, pues destila más poesía, sabiduría y mala coña.

Yo le propondría al estimado Socio n.° 3 que se lo hiciese llegar a los jefes que mueven los hilos del mundo, a ver si se les ocurre convertir este especialįsimo globo que nos cobija en un... Ateneo Global. Ojalá, pero no será, no.

Like

Guest
Mar 24, 2023

En mi pueblo, aunque sea, o crea ser, de la laicas, voy a la procesión en fiestas. Los entusiastas dicen con júbilo "Vivan San Facundo y San Primitivo". "Viva la Virgen del Rosario". Yo contesro, como otros más tímidos:"Viva".

Pues hoy sólo se me ocurre decir:

"Viva el socio número 3". "Viva su encantadora novia que tuvo esta magnífica idea". "Viva el Ateneo Burgalés" "Vivan los hombres y las mujeres libres, sin complementos, suplementos ni aditamentos".

Like

Guest
Mar 24, 2023

Como todos los viernes leo con placer y deleite estos artículos de gran calidad que invitan a la reflexión y al sosiego, lejos de sectarismos.

Ahora que los libros de psicología hablan de las relaciones sociales como camino de plenitud, nos recuerdas con acierto, que desde siempre los seres humanos hemos disfrutado de las tertulias.


Like
bottom of page