El tiempo, que es una magnitud física a ojos de la ciencia, es el gran misterio en la vida del hombre. Y no digamos en la de la mujer, que está toda ella rodeada de misterios. Normalmente, pensamos el tiempo como un fluido, una corriente que recorre nuestro existir, no como un objeto con sus vértices, sus redondeces y su textura. Vamos, como una morcilla de autor, de esas que te venden en una caja.
El caso es que, como el espacio tiene sus formas, así el tiempo. Por eso podemos perderlo, buscarlo, encontrarlo, matarlo. Lo que quiero decir es que hay algunos tiempos que, por su forma, se pueden perder –y en su mayoría se pueden encontrar si los buscas– y hay otros tiempos que tienen las características adecuadas para ser aniquilados.
Los tiempos que se pueden perder, tanto como posibilidad como por la falta de remordimientos, son pequeños paquetes a los que no damos mayor importancia y dejamos caer en el pozo sin fondo de lo cotidiano. Por ejemplo, el tiempo de esperar a que baje el ascensor en su fatídica cuenta atrás, o los segundos que tarda en encenderse el móvil, el portátil, o la tele, lo que tarda el negro silencio en fundirse en un batiburrillo de palabrería y colorines.
Hacer cola en el pan, en la oficina del padrón municipal o en el centro comercial para comprar el FIFA 24 pueden parecer tiempos perdidos, pero habría que conocer cada momento, porque la ramificación del árbol del tiempo es tan prolífica como la del árbol de la vida. Así, uno busca y encuentra ese aparente tiempo perdido cuando habla en la panadería con su vecino, y aprende, por fin, su nombre; cuando comparte pesares con otros compatriotas en la cola del padrón; cuando sigue viendo a su padre con la capa de Supermán en el centro comercial. Los minutos que parecen perdidos hay que buscarlos y cogerlos uno a uno, como uvas maduras de esta vendimia otoñal.
Por otro lado, estarían esas formas del tiempo que pueden ser destruídas, tiradas por la borda como un cadáver apestado. Son bolas arrugadas de sucio papel que arrojamos a la papelera: las horas frente a esas pantallas vacías, los trabajos y los días del miedo, el tiempo negado.
A veces, en un ataque de romanticismo, sentimos que nuestra vida ha sido una enorme habitación vacía, una rama seca, un erial. Es una falsa sensación. Siempre, hasta en las decoraciones más minimalistas, hay una forma del tiempo embelleciendo algún rincón. Quizás, un atardecer en la orilla de un río. Quizás, las interminables conversaciones con un amigo. Quizás un diccionario, mi brigada.
El socio n.º 3
Nunca me hubiera imaginado que una morcilla diera para tanto. Me empiezo a sentir como San Juan de la Cruz: sus escasos versos han generado extensísimos comentarios. Creo que es usted demasiado generosa con su escaso tiempo. Muchas gracias.
Saco una conclusión sencilla entre tanto vaivén espeso en una palabra tan fluida: el tiempo son seis fonemas que se enlazan para formar una dimensión que lo supera y que, además, suena bien, tanto en lo infinito como en lo cotidiano. Muy bien, ya le perdí un poco el miedo al tiempo.
Creo que ya hemos hablado de lo que decía, más o menos, Juan Ramón Jiménez, eso de desear no una vida con muchos días sino días con muchas vidas... ¿He dado con la tesis, cabo Furri?
Pero vayamos a las morcillas, que tienen más enjundia. Morcillas para los del otro lado de la vía y morcillas de autor...
De repente, con sus aristas y demás, las morcillas de autor se me han atragantado.
Le cuento... Antes de ayer, bajaba yo las escaleras de casa con medio mes de profesor asociado en la mano, medio mes con forma de canutillo, no le digo para qué... Por no guardar ese tiempo en mi cartera -no era, evidentemente, un tiempo de autor-, lo…
Ese tiempo tan fantástico que, ilusos de nosotros, queremos encarcelar en relojes,cuando todo el mundo sabe que nadie en su sano juicio mide lo que dura una puesta de sol, una conversación mirando una hoguera o el ritmo cadencioso de nuestra canción favorita. Yo, que he siempre he aceptado de buen grado mis límites, recurro a los poetas cuando tengo que hablar de algo tan escurridizo. Ángela Becerra, en su libro de poemas "Alma abierta" nos regaló una definición que admiro y que el mundo publicitario de aquel entonces difundió. Tiempos en los que los que hacían programas de televisión creían que al otro lado del aparato había gente inteligente.
Tiempo Menudos granos de vida recorridos Partículas alegres de futuros dormidos.
Tiempo Estación…