Ahora tengo hambre –mientras le estaba pagando los veinte euros a la secretaria de la dentista, mi estómago ha empezado a hacer ruidos– entonces decido ir a esa panadería de la calle Amezti, un poco más arriba, donde tienen una especie de pretzel dulce que ya había probado una vez y que me había gustado mucho. Luego me siento en una terraza frente al estuario. Allí, devoro el pretzel con un café con leche. Y me hago un microcanuto. A intervalos regulares, el dolor hinca la punta de su navaja en el hueso de mi encía, pero se aguanta. Del estuario, sólo se puede ver una pequeña parte, entre dos edificios, pero la vista sigue siendo bastante elegante. Un joven negro, muy negro, seguramente un senegalés, cargado de baratijas, collares, pulseras, bufandas y calcetines, se para en una de las cuatro mesas de aluminio de la pequeña terraza y entabla conversación con una señora que acaba de sentarse y está esperando a que su amiga salga del bar con los cafés. Parece que se conocen, tal vez hayan intercambiado unas palabras en otra ocasión. Le oigo hablar, en un español correcto, veo que busca sus palabras, mirando hacia el cielo, porque es allí, en el cielo, donde están todas las bibliotecas, con sus diccionarios. Es una mujer más que madura, bastante arrugada, tiene nariz prominente de las personas de carácter, debe de haber sido interesante hace quince años. Y los veo charlando, como unos buenos vecinos, hablan de la geografía de aquí, de los pueblos, de las fiestas, y de la comida. En un momento dado, oigo la palabra veinticuatro. Debe de ser su edad, tiene veinticuatro años. La señora lo mira con benevolencia. Entonces el africano le pregunta su edad, ella echa una risita como un hipo, no quiere decírselo. Pero el otro insiste, como lo hacen los niños. Luego ella le dice un número que no oigo bien, pero que acaba en nueve. ¿Serán cincuenta y nueve o sesenta y nueve? El africano frunce el ceño, incrédulo. Entonces, sin ninguna intención de "agradarle", le dice: «¡Cuarenta! ¡Que pareces cuarenta!». Y entonces ocurre el prodigio. La veo que desenrolla y estira su columna vertebral, la piel de su rostro se vuelve a tensar como por arte de magia. Ahora lo mira con una sonrisa de satisfacción y gratitud. Sí, cuando sonreímos, somos más guapos. Es un hecho científico. Y, por el contrario, cuando te dicen que eres feo y sin interés, eres feo y sin interés. Y cuando el sistema ultracapitalista actual te dice que no tienes importancia, que en cualquier momento puedes ser reemplazado por otro, por otros cien, te vuelves feo e insignificante. En fin, la mujer ha rejuvenecido un montón de años, con el simple poder de las palabras. Y de la sinceridad. Porque el joven era sincero: a los cuarenta, una mujer, en su pueblo, es una anciana.

Sylvain Sortelle
(Instagram: @sylvain_sortelle)
La mirada del narrador se desplaza hacia los otros y la precisión de la autoficción deja paso a las frases entrecortadas de una conversación ajena. El narrador se convierte en observador y espía. El relato toma un inesperado impulso con la afirmación del joven. La reacción de ella está descrita con maestría. La sinceridad de las palabras, que no pretendían halagar, han tenido un efecto benéfico. Uno recibe lo que da. Las reflexiones del narrador-observador explicitan algunas posibles lecturas de la, en principio, anécdota urbana.
Un buen relato. Espero que Sylvain siga mirando al cielo y encuentre las palabras para regalarnos otras pequeñas historias.
Dos cosas me han gustado especialmente en este sencillo y hermoso texto:
1_ la bella ocurrencia de mostrarnos cómo las palabras, los diccionarios y las bibliotecas están en el cielo, y es preciso alzar la mirada hacia él para encontrarlos.
2_ Que una sonrisa nos rejuvenece a todos y nos colma de plenitud.
No me ha gustado la sospecha de considerar que nadie es imprescindible y todos somos intercambiables... Aunque, ¿qué sería de las arrugas de esa mujer sin el delicado piropo del inmigrante? A lo mejor, resulta que todos somos únicos e irreemplazables.
Gracias. Regálanos más reflexiones tan bonitas y edificantes. Hasta pronto.
Me ha gustado mucho...muy bueno.