Hace unos días apareció un muñeco colgado de un puente con la camiseta de Vinicius, el jugador del Real Madrid con el número 20, en las inmediaciones del IFEMA. Atada a la baranda del puente se podía ver una gran pancarta que rezaba: «Madrid odia al Real». Yo no soy amante de bandos, partidos, sindicatos, parroquias y otros gremios que te imponen una forma de ver el mundo, una ideología. Considero que esos grupos te proporcionan una identidad vicaria, que eluden desde el dogmatismo una argumentación crítica y que tienen una estructura jerárquica de carácter piramidal que genera el ascenso de los más mediocres y degenera en la sinrazón y el autoritarismo.
Pero, si te gusta el fútbol, tienes que ser de un equipo. No valen los tibios, los chaqueteros, los advenedizos, los traidores. Yo soy del Real Madrid; José Mourinho, entrenador del equipo en las temporadas 2010-2013, me alejó del equipo blanco. Desorientado, me he acercado como un perro a las puertas del Camp Nou, he observado con una media sonrisa el sufrimiento de los seguidores colchoneros, me he alegrado, no podía ser de otra manera, con los éxitos del Burgos. Pero el otro día, al leer esa afirmación tan nefasta y ver la imagen del ahorcado –además del rechazo por su carácter violento y fascistoide– se despertó en mí un sentimiento olvidado: el madridismo.
Martin Heidegger, uno de los grandes pensadores del siglo XX a pesar de haber votado a Hitler en 1932 y de haber permitido la quema de libros judíos y marxistas en la universidad de Friburgo bajo su rectorado, decía que «el “ser” se comprende siempre a partir del horizonte del tiempo». Pues bien, si es así, solo podemos comprender el “ser” del Real Madrid conociendo su historia. Solo se ama aquello que se conoce, y la historia del Real Madrid nos presenta desde sus orígenes un club de fútbol comprometido con algunos de los grandes valores de la modernidad: el esfuerzo, la solidaridad y el cosmopolitismo. Comencemos por el principio, allí donde se difumina la línea del horizonte, en la protohistoria.
6 de marzo de 1882, lunes. La tarde está desapacible, pero en el patio de la escuela de la Institución Libre de Enseñanza, en el madrileño Paseo del Obelisco, juega un grupo de niños y niñas. Conocen muchos juegos tradicionales, pero desde hace unos meses Mr. Stewart Herbert Capper, el nuevo profesor de inglés y responsable de la Sección de Excursiones, trata de enseñarles las reglas de un nuevo sport, el foot-ball. Ya han aprendido a jugar al rounders, que les apasiona y, expectantes, siguen las explicaciones del profesor. Hoy, además, ha sacado de su maleta algo que ha traído de su último viaje a Londres. Es un curioso objeto de cuero. El pequeño Antonio Vinent le ayuda a inflarlo con una bomba de aire como las que usan para los velocípedos. Es un balón de foot-ball, el primer balón reglamentario que llega a España. Y Antonio Vinent el primer hincha. Mr. Capper coge el balón, le da una patada al aire y todos, los niños y las niñas, salen tras él como una bandada de gorriones. Mr. Capper sonríe: what a way to play football...
6 de marzo de 1887, domingo. Los fríos del invierno empiezan a quedar atrás. Un tibio sol alegra la mañana y los alumnos de Bachillerato de la Institución se han llegado hasta el soto del Puente de San Fernando, junto al río Manzanares. Les acompaña el profesor José Castillejo, quien les ha inculcado que los deportes son «la más grande escuela de educación social, ya que facilitan la integración del individuo en la colectividad, desarrollan la iniciativa y son un modelo de disciplina objetiva». Se lo saben de memoria. Pero ellos solo quieren jugar al foot ball, siete contra siete, o doce contra doce: marcan las porterías con las chaquetas, los límites del campo son difusos –un camino, aquel árbol– y todos son unos chupones. Desde hace unas semanas, los hermanos Padrós, Juan y Carlos, se han unido al grupo. Llegaron el año pasado de Barcelona, abrieron una boutique de telas, “Al Capricho”, en la calle de Alcalá, y les va muy bien. Su hermana Matilde es muy guapa, y lista como un conejo: es la única chica que se está preparando –por libre, las mujeres no pueden asistir a clase– los exámenes del primer curso de la Facultad de Filosofía y Letras. Estos catalanes son unos linces, y no juegan mal al foot-ball. Y eso que Carlos es cojo.
6 de marzo de 1902, jueves. Julián Palacios, los hermanos Padrós y otros cuantos hombres (algunos ya sobrepasan la treintena) entran en la trastienda de “Al Capricho”. Cuelgan sus sombreros en los percheros, se sientan, encienden sus pipas y charlan animadamente. Algunos recuerdan con nostalgia sus primeros partidos en la ribera del Manzanares, otros se han incorporado más tarde, casi todos han jugado en el Foot Ball Club Sky. Comentan cómo han cambiado las cosas: ahora, hasta van unos cuantos aficionados a ver los partidos en el nuevo campo del Solar de Estrada, en los Altos de Velázquez. Tras varias deliberaciones, firman el documento en el que se formaliza la fundación de un nuevo club, el Madrid Foot Ball Club. Julián Palacios es el primer presidente. Comienza la historia del Real Madrid.
Los bárbaros que colocaron la susodicha pancarta, además de racistas y violentos, son unos ignorantes. A mucha gente le gusta el fútbol. Los acuna, los entretiene, los divierte, les hace sentir algo, les hace olvidar sus problemas, los da de comer, los hace millonarios, les da la vida, los salva. Cientos de miles de madrileños aman al Real. En el rincón más apartado del planeta puede aparecer un madridista. Millones de personas aman al Real Madrid.
También hay millones de personas que aman al Atlético de Madrid. Pero esas, como he dicho, sufren más.
El socio n.º 3
Efectivamente si te gusta el fútbol tienes que ser de un equipo. Mi padre que tiene 97 años ha transmitido a todos sus hijas y nietos la emoción que sintió la primera vez que entró en el Bernabéu en 1948.. Pasión que le sigue acompañando, ya que gracias a Movistar puede ver en casa todos los partidos del Real Madrid En la actualidad es el socio con más edad del San Pablo de Burgos. Y si alguien quiere conocer cualquier dato sobre la historia del Burgos no duden en preguntarle. Creo socio número tres que este verano podríais disfrutar de una buena conversación sobre los valores del deporte y sobre todo del fútbol.
Este artículo, tan detallado y tan clarividente, debería ser publicado en algún medio más masivo (¿el "Marca"?), para lograr una divulgación más alta de la que ofrece nuestro entrañable Ateneo.
Yo soy del Madrid, pero, independientemente de esa caprichosa circunstancia, soy amante del deporte (de los demás, claro, que yo soy muy sedentaria) por los múltiples valores positivos que comprende. Pero hoy por hoy, muy tristemente, el fútbol es un puto negocio, y provoca la vergüenza en los nobles sentimientos de los que solo deseamos ver un encuentro emocionante, y que gane el mejor (aunque, ojalá, sea el Madrid). Por desgracia, una vez más, y en otro aspecto, el consumo nos consume.
La canallada contra Vinicius es otro tema, más…