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Soledad (I)

El sol y la edad son dos realidades irrefutables en la existencia de cualquier ser humano. Si unimos ambos vocablos, otra palabra estalla inevitablemente; otra realidad no menos evidente (aunque sí más triste) de la que tampoco nos podemos zafar: sol + edad = SOLEDAD.


Durante un tiempo indeterminado, Ana Rosa M. Portillo, una de las primeras asociadas a nuestro prometedor Ateneo, nos deleitará una vez a la semana –los lunes– (a la manera ya un poco antigua de publicación “por entregas”) con una reflexión que pretenderá conjugar e imbricar estas tres palabras en diferentes contextos, con el único objetivo de provocar en nosotros una reflexión o un mero deleite.

Tomad nota. Comenzamos hoy.


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Soledad nació.


Soledad nació un día cualquiera en el que no hubo Sol.

Mientras le cortaban el cordón umbilical, ella abrió grandes los ojos, y solo veía rayas, entre luces y sombras.

Soledad creció así medio rayada y medio en sombras: no soportaba la luz. Padecía, seguramente, alguna enfermedad "rara".


Soledad se fue haciendo mayor y adquirió en el barrio un aura rara, como de bruja.

Los niños la miraban con temor y los adolescentes de su Edad, con reserva.


Ana Rosa M. Portillo

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