Ya es otra vez Verano.
A Soledad, como es lógico, no le gusta nadanada el verano: es la estación en la que con mayor saña rigen y dañan sus dos peores enemigos, el Sol y la Edad: el uno quemando pieles y la otra tatuándolas de arrugas. (Su odiada Madrastra, que se olvide de ella y que se achicharre en su refugio aséptico de bruja mala.)
Soledad va a proceder al ritual de todos los veranos: colmará la despensa y la nevera de los alimentos necesarios para sobrevivir dos meses, cerrará herméticamente todas las persianas y llenará la bañera de agua tibia.
Así pasarán los días y las tardes estivales ella y sus animalitos bulliciosos (las noches son para rezar y a dormir), comiendo muy frugalmente y chapoteando en su particular improvisada piscina (sin olvidar el obligado y saludable partido de los jueves). Ella removerá el agua suavemente con su mano diestra para que los bichitos puedan surfear a placer: conejillos sobre zanahorias, ranitas sobre hojas mentoladas, mariposas sobre chiribitas blancas, ositos sobre caramelos de miel, gorriones sobre conguitos de chocolate, perritos sobre incisivos de nata, ratones sobre quesitos de vainilla, gatitos sobre gominolas de mora... (Al pobre pingüino defenestrado le tiene reservado el barquito de papel que construyó el otro día con una hoja antigua de su cuaderno escolar.)
¡Cuánto van a disfrutar todos chapoteando en el agua y riendo con las aguadillas y con los resbalones, mientras tú, madre mía de mi alma, los observas risueña y regocijada desde tu particular cielo!
Y al declinar el día, madre, cuando todos estén dormidos y el Sol se haya diluido en su postrer bostezo, abriré la persiana y la puerta de mi balcón con espejo y jugaremos tú y yo al pimpón: yo te lanzaré corazoncitos de azúcar de fresa y tú me devolverás estrellas.
Feliz verano a todos.
Ana Rosa M. Portillo
Soledad ha encontrado un refugio para ella y sus criaturas. Nos regala un verano lleno de ternura y de imaginación; nos gustaría disfrutar de las olas junto a sus ositos, sus ratones y sus gatitos. Por fin, Soledad está tranquila y puede jugar con su madre. Un texto dulce y delicado que, esperemos, no sea el último.
Precioso. Soledad, tienes que vivir para darnos vida.