Soledad hoy ha pensado en comprarse un billete en el autobús al paÃs de "Nunca Jamás".
¿Para qué vivir ya, madre, la vida, si ya se va desgajando en bloques de celofanes sin caramelo y de polvo de azúcar sin corazón, si ya Soledad no tiene siquiera rostro en el espejo, si se mira como una ciega sin serlo? Sus manos (sÃ, también la izquierda) delimitan y delinean su rostro a la perfección... SÃ, madre, Soledad tiene rostro y tiene mano, pese al desgaste dañino del Sol y de la Edad, pese a la cruel amputación de su Hacedora a través del espejo de bruja mala, que pretende convertirla en manzana a merced de la serpiente.
¡Qué poco le importan ya ahora el Sol y la Edad a Soledad, cuando está urdiendo la estocada definitiva a tanta sumisión!
Soledad ha decidido, tras noches de llantos y de insomnios, de soledad absoluta, solo arropada por los animalitos lindos que pueblan su delantal –siempre regalándole maullidos, guausguaus, runrunes de conejos con zanahorias, balidos leves y vergonzantes de corderitos esperando un nuevo belén para posar y hacer dulces arrumacos a un bebé que es también MesÃas y que es, sobre todo, Dios–.
Soledad va a matarlos a los tres de un solo golpe. No tiene tiempo ni ganas, ni es capaz de regodearse con la desgracia ajena para intentarlo proyectar más lento, con más morbo (¡cuánto gusta hoy el morbo, madre, y cuánto vende!); pero ese rollo no le va a Soledad: ella es intrÃnsecamente buena, ya lo dijimos en otro momento, y es verdad: Soledad nunca miente: no sabe.
—¿Y cómo matarlos a los tres, madre, (Madrastra, Sol y Edad) de un solo tajo, sin que sufran, madre? ¿Y cómo yo hacerme casi nada, una lágrima acaso sin superficie donde resbalar, un espejo estropeado donde recuperar un rostro, un bebé roto en llanto encontrando una madre, una zanahoria anaranjada hallando incisivos de conejo remolón, un corazón de azúcar buscando madre expectante, tantos años de hija buscando madre tantos años también?
¿Me ayudarás tú, madre, a urdir la estrategia? ¿Me ayudaréis vosotros, presuntos lectores buenos a dar el primer paso? ¿Me ayudará Dios a ser mala por una vez, a cometer un ¡homicidio!, pero no tanto, Dios, pero no tanto, madre?
¿Me ayudará alguien, quizás, o seguiré clamando sola en el desierto, como siempre sola, a la espera de encontrar un oasis que sea el espejo que me devuelva el rostro, o un Juan Bautista, que clame en el desierto insomne para ser, finalmente escuchado: «Preparad el camino al Señor, allanad todas sus sendas...»?
¿Será eso posible, madre? ¿Existirán sendas, siquiera?
Ana Rosa M. Portillo
Pues muchas gracias,amigo/a lector/a... No sabÃa Soledad que otras almas alimentaban su esperanza.
Soledad nos anuncia su autodestrucción. Al acabar con la materia oscura de su vida, se diluirán también sus fantasÃas y todo volverá a la nada original, al limbo de donde surgieron sus animalitos, sus chuches y sus angustias. Como una niña que no quiere escuchar más cuentos de espejos, madrastras y manzanas, se encoge sobre sà misma y se refugia en la fe, su último reducto. Las preguntas se acumulan de nuevo y busca desesperadamente ayuda para afrontar su decisión, pero nadie le responde; incluso su fe se tambalea. Esperemos que Soledad recapacite y siga aferrándose a la existencia.
Qué texto tan bonito y tan profundo. Las reflexiones de Soledad siempre son filosóficas y sobre todo humanas, muy humanas. Su Sol y su Edad pueden ser para cada uno de nosotros nuestras preocupaciones y soledades, nuestros males interiores y nuetras desgracias exteriores, aquellos que nos corrompen y deshacen la pequeña paz de nuestras pequeñas ilusiones o quizá de los diferentes bramidos de los animalitos de nuestro delantal. No me pierdo ni un solo texto de Soledad. Todos son intensos, profundos, alegóricos y tan interpretables como todos los recovecos y esquinas de la vida. Sigue escribiendo, que son textos muy bonitos. Y eres una gran escritora. 😊