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Revista BuCLE

Soledad (LVII)

Soledad se encuentra hoy confusa y discreta: ella ha decidido acabar, pero, algunos de sus presuntos lectores, aquellos que habitan tras la otra pantalla de su irrealidad, no quieren.

Soledad reflexiona sobre qué es querer y no querer... Para eso tiene que existir previamente un objeto de deseo/no deseo...

Soledad anda animada en estos pensamientos tan difíciles, cuando, súbitamente, siente un pinchazo leve sobre su dedo índice derecho de su mano diestra, (porque el de la izquierda anda ya insensible, dañado, por el mal hacer de su mala Hacedora).

Soledad baja la mirada hacia el mandil responsable de su súbito picor... ¿Y qué ve Soledad, qué? Pues muy poca cosa, pero muy grande: el ratoncillo último que decora su delantal, allá a lo lejos, casi al caer del flanco derecho, le está royendo muy levemente el dedo derecho de su mano derecha... ¿Para qué?

Soledad no sufre, no siente daño alguno: si acaso, la leve caricia de un diente que nació para ser, para roer, pero que nunca será nada, más allá de una entelequia más de otra mala hacedora que también es Soledad para sus muñecos y sus chuches, que ella lo sabe.

Soledad acaricia al ratoncillo y le pregunta su nombre (Soledad no conoce el nombre de todos los bichitos que habitan su delantal: son demasiados), y el ratoncillo arratonado le dice que se llama "Ratón Piratón", porque así le bautizó Soledad el día que se lo encontró y lo rescató a la orilla del Duero, cuando un gato gordo y deforme pretendía devorarlo, porque quería robarle una extraña concha de almeja que se había depositado, increíblemente perpleja, sobre una hoja amarilla arrumbada a la orilla derecha del río...

Y Soledad le increpa, ya un poco cansada (acaba de comprobar por enésima vez el poderío del Sol y la desvergüenza de la Edad para seguir dañando) que por qué ahora viene a hacerse protagonista en un escenario en el que él ocupa un puesto muy muy secundario...

Ratón Piratón hunde sus minúsculos ojillos bajo sus inapreciables bigotillos, dejando entrever una deliciosa boquilla rosada que, impertinente, declara la sentencia: «No te puedes matar todavía, porque no queremos morir todavía»... Y, rápidamente, se escabulle, el muy ladino.

Soledad se queda perpleja: ¿acaso sus animalillos le leen el pensamiento? Frunce el ceño; repasa, desconfiada, la figura de cada bicho y de cada chuche que nutre de ilusión el delantal de su vida... Todo permanece quieto, como de mentiras, quieto, como si hubiesen sido drogados por una sustancia dulce y mortal. (¿Será posible, madre, un cielo de algodones inflables que columpien  a las estrellas?).

Soledad se asusta; de repente, se ve poseída por un miedo irracional... ¡Madre, ¿qué pasa?! Sálvanos a todos, por favor, que no sabemos si somos o ya dejamos de ser; que no sabemos nada de nada, madre, ni siquiera cómo sobrevivir.

Y, siendo así como ve Soledad que van siendo las cosas, ¿cómo matar a nadie ahora?; ¿cómo morir ella sola siquiera, si un ratoncillo inocente le está reclamando el indulto? ¿Cómo, madre, seguir, y de qué manera? Cómete, madre, un corazoncillo de fresa de azúcar, que lo acabo de hacer para ti, y ayúdame, madre, mamá, por favor, que no sé cómo debo seguir siendo o dejar de ser ya.

Ana Rosa M. Portillo

2 comentarios

2 Comments


Guest
Jun 18, 2023

Los personajillos del poblado delantal de Soledad se rebelan contra su creadora y - como el protagonista de Niebla de Unamuno- no están dispuestos a morirse. El ratón Piratón rescata a sus rescatadores y derrama su alegría infantil sobre el aliviado lector. El delantal - varita de Harry Potter- es más poderoso que los terribles seres que acechan a Soledad.

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Guest
Jun 12, 2023

Soledad quieres acabar con tu sufrimiento, pero para ello no tienes que acabar con tu vida. Aprovecha tu Soledad para pensar en el perdón a esa hacedora de males, porque con odio no se puede estar en paz y luego sal al mundo y que el sol de este próximo verano te inunde de bienestar y de luz y te lleve a tomar decisiones acertadas

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