Comenzamos otro curso (escolar, así se hacen los tiempos por estas tierras) y volvemos con nuestra entrañable revista del Ateneo Burgalés, para continuar prodigando belleza y pensamiento a quienes os queráis acercar a nuestro pequeño -gran proyecto.
Os invitamos a disfrutar, ¡a gozar!, y a colaborar con nosotros, para que, lo que empezó siendo un humilde majuelo, devenga Bodega Vega Sicilia 😂.
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Soledad anda hoy un poco enfurruñada con el mundo porque no lo entiende y porque ahí afuera, en su barrio, hay una verbena por no se sabe qué. (Maldito verano; ¿se acabará alguna vez?)
Ha ordenado a los animalillos que pueblan su delantal que se coloquen sobre sus respectivos oídos las orejeras que todos tienen para el paseo que, a menudo, hacen por su balcón en invierno.
Todos, obedientes, acatan, tras rebuscar un poco en el dobladillo del mandil.
Afuera suena una canción tonta y curiosa que a Soledad le recuerda a otras verbenas antiguas, también tontas y curiosas: «La luna y el Sol se van a casar...».
Soledad mece levemente el cuerpo al ritmo de esa música amortiguada, mientras permanece absorta en el manual de Astrología que tiene abierto sobre la mesa camilla y que pretende explicar el origen del mundo.
De pronto, el pingüino defenestrado salta sobre la página del libro y le impreca, como triste:
—¿Por qué, Soledad, sigues agobiándote con algo tan sencillo?
Ha abierto esos ojos abobados que no tiene y me ha señalado el cielo con el índice de su ala extendida. Y, como cansado, me ha regalado, zalamero, la hipótesis más maravillosa sobre el Big-Bang que pueda existir:
—Mira, Soledad, si es muy fácil y muy simple: el Sol y la luna son lo mismo (él macho, porque tiene barbas; ella hembra, porque es lampiña) y son pareja desde siempre... Y en un momento mágico estelar, cuando Él se acuesta y ella se levanta, hay un instante trémulo en el que ambos se encuentran y se aman durante un brevísimo tiempo... Y, fruto de esos actos de amor tan solapados, han ido pariendo hijos, ¡creando el mundo!: las estrellas, las galaxias, los planetas... ¡y la tierra y todo lo que la nutre y la habita! Y la madrina de tantos y tantas hijas siempre fue la misma: la Edad, el tiempo... Descansa, Soledad y no te hagas más preguntas.
Desde el fondo de su delantal han sonado aplausos amortiguados y risillas escondidas.
Soledad se ha quedado perpleja y algo irritada por la insolencia de su pingüino bobo decapitado. Pero ¿y si fuera cierta tan descabellada hipótesis?
Lo reflexionará despacio. De momento, ella y su delantal acaban de rebautizar al pingüino defenestrado: desde hoy se llamará Demiurgo.
¡Habrá que preparar un gran festín para el bautizo! Me ayudarás, madre, ¿verdad que sí? Nosotros aportaremos las gominolas, los dulces y los azucarillos de fresa, y tú lo aliñarás todo con polvo de estrellas.
Y ahora, ¡todos a la bañera, que está recién llena de agua tibia, que fuera hace mucho calor!
Ana Rosa M. Portillo
Es un alivio reencontrarse con Soledad después de unas semanas de descanso: verdaderamente, el nuevo ciclo comienza siempre este mes de septiembre, nuestra primavera del alma. Soledad parece más calmada, como si asumiera lo inevitable del eterno pasear de las estrellas, como si las explicaciones de sus animalitos, tan obvias para ellos, fuesen un remanso de paz tras tanta búsqueda y pregunta infructuosa. El pingüino sabio y sin cabeza, como san Dionisio, nos ha revelado el sentido del mundo. Eso se merece un gran bautizo.