Jo! Soledad tenía hoy ya para el lunes preparado uno de sus fascículos tan demodés, tan antiguos (como lo que es ella y en lo que se regodea siempre y tan a gusto).
Pero a Soledad, entre ayer y hoy, le ha asaltado una noticia extraordinaria, que ha venido a descolocar su siempre ansiada rutina, esa que le permite mirarse en su particular espejo que salvaguarda y muestra su falso pudor, mientras se desnuda y reviste, y acicala y disfraza su travesura.
Hoy ha muerto la reina de Inglaterra.
Soledad no es especialmente monárquica, pero entiende que esa Reina fue y ha sido la única contención a la modernidad que ha desplegado el mundo... No ha existido en la Historia, que ella sepa, una lucha más cruenta entre el Sol y la Edad: lucha de titanes; por una vez empate: ambos vencieron...
Justamente, el jueves pasado pusieron en TVE una película sobre ella: The Queen, y Soledad la vio. Admiró el tesón con el que esa frágil mujer defendía los valores de antaño, de tan de siempre, tan rigurosos... Y, ay madre, cuánto cedió para reconocer, junto a su pueblo, el aplauso a Lady Di, tan amada e idolatrada por el pueblo británico («La Reina del Pueblo» la llamaban), hace justo 25 años, mientras Ella, la reina Isabel, sumergía en su particular pila bautismal a un Tony Blair en pañales, pero ya más situado en la realidad que Ella.
Pues sí, la Reina cedió (épico gesto en el filme): reconoció, con una humildad que le costó lágrimas, a una igual, porque era adorada por el pueblo. Isabel se tragó su orgullo y su rango mientras recogía unas sencillas flores que una niña, en su bondad y en su inocencia, le entregaba ¡para ella!, no para Lady Di...
La Reina actuó bien porque comprendió (le hicieron comprender Tony Blaire y los suyos) que el pueblo es el amo, que Ella es solo súbdita de sus presuntos súbditos, que, como reza el Evangelio, quien quiera ser el primero que sea el último.
Tragó bilis entonces la Reina, sí, pero aquí está ahora, cuando ya ha dejado de ser y de estar: arropada, aplaudida, amada y ya añorada por un pueblo soberano que un día le enseñó que el mundo y el futuro pertenecen a los sencillos de corazón, a los que saben sentir y desplegar la fuerza de lo que late escondido y dinamita montañas sin armas, sin gritos, sin llanto... Solo con flores.
R.I.P.
Ana Rosa M. Portillo
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