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Soledad (XXXII)

Soledad esta noche, ya un poquito tarde, se encuentra asomada al balcón de su hotel (que hoy otra vez ya no está en su casa –veremos el castigo que merece su nueva escapada por parte de su Madrastra, su Hacedora mala–), que está en Valladolid, hospedada en un hotel embrujado y bautizado por Cervantes, El coloquio de los Perros se llama, aunque ella odia a los perros y no está precisamente para muchos coloquios, por supuesto.

Pues Soledad está ahora asomada a un balcón de la otrora gran Pucela, a las 2:46 h de la mañana, ella siempre tan trasnochadora, tan sin sueño, tan sin desear nunca un nuevo mañana...

¿Y qué le muestra esta noche de jueves/viernes ya a Soledad desde este balcón que pretende mirar al mundo porque no sabe cómo zafarse de él? Pues hay un pub abajo, justo a la derecha, lleno de estudiantes erasmus y no erasmus de jarana de jueves noche, que sí, que el cuerpo aguanta, que podemos, que tenemos todo el derecho del mundo, que ya haremos nuestras heroicidades de litronas y pastillas para conseguir que el mundo aprenda a «genuflexarse» a nuestros derechos sin obligaciones, aunque le duela ya al mundo un poco una rodilla, para eso aún conserva la otra sana y, si no, que vaya al trauma, mejor al privado, que a ver si nos va a joder este puñetero mundo ahora a nosotros, que reventamos vida, que la jodida pandemia ya nos ha robado casi dos años de bramar como energúmenos, de romper papelerasarbolesbancosbuzonesyloquehagafalta, de machacar sillares de iglesias y catedrales, puertas de maderas nobles historiadas con el exquisito arte de nuestras pintadas tan reivindicativas, tan modernas y tan monas.


Ha salido del pub una parejita simiomona buscando la secreta cobertura de un árbol bien hermoso que me miraba hasta ahorita mismo solo a mí (y yo a él: arrebato de amor correspondido a primera vista); él anda en manga corta (2 grados marca mi móvil); ella, un poco gordita, un pelín más abrigada, tampoco para echar alharacas...

¿Y qué harán ahora, madre, esos dos jóvenes sin terminar de hacerse, labios ya sin ubre donde encontrar reposo, seguridad y sustento, miradas que retan al mundo prometiendo decorarlo, y, sin embargo, se esconden detrás de las mangas de los abrigos que no visten, porque así son más atractivos, más sexis y más guais?

Pues yo te cuento ahorita mismo, madre, lo que están haciendoloquevanahacerloquenuncaharan, madre, que los tengo justo enfrente, y no me ven, madre (¿seré yo fantasma invisible de algún castillo ya deshabitado o por ventura sin inventar todavía?)


La muchacha se aproxima al muchacho (ella mucho más bajita) y le rodea la cintura con su trémulo tímido brazo... Él hace como que sí, como que quiere corresponder a ese acto de entrega sin condiciones, y también tiende a abrazarla... Pero una mano topa con la litrona que sostiene la otra mano, y qué menos que echarle un trago, que para eso la ha pagado, tiene sed y un poquito de frío también. Se suelta del abrazo de la muchacha, la acaricia levemente como pidiéndole perdón, le echa otro trago a la litrona (¿qué mejunje habrá dentro, madre?), se acerca sin disumulo al tronco del árbol, se desabrocha los tres botones de la bragueta de sus vaqueros (seguramente de marca), saca la chorra y se pone a mear.

La muchacha no ve lo que yo veo, pero lo intuye (quizás escuchó el sonido del chorro del pis que yo no oí), el muchacho regresa, ya liberado de otras urgencias, le acaricia levemente la mejilla (que está requiriendo más fuerza, más ímpetu, más hombre quizás) , le pega otro sorbo a la litrona que ya se ha terminado (y que, en un acto de inmenso sentido de urbanidad) ha arrojado a la papelera que justamente estaba al lado, la ha agarrado de la mano con suma exquisitez, eso sí, y la ha vuelto a conducir (se han vuelto a abismar) a las entrañas del espantoso pub que no nos deja dormir a los huéspedes del hotel (y no será porque haya dos perros coloquiando a deshoras, que no ha sido el caso, madre, aunque el hotel haya sido bautizado para tal empeño soterrado).


Pues eso es lo que he visto, madre. ¿Y qué hacemos, madre, ante tanto despropósito? ¿Nos inventamos nuevos jóvenes, nuevos padres, nuevas noches de jueves, una nueva universidad, quizás también nuevas manos que se rocen y nuevos labios que se encuentren?

¿Y no será, madre, mejor que me vuelva al abrigo de mi delantal tan antiguo y tan fiel, aunque deba soportar por ello la exigencia de un Sol implacable (aunque hoy llueve) y de una Edad que se ha empeñado en no darme respiro para recordarme constantemente que el carpe diem me fue a mí negado desde el mismísimo momento de abrir los ojos a un mundo huraño que no entiendo y que ni siquiera estoy segura, madre, de querer entender?

Quizás, madre, sea mejor mi mundo de animalillos pintados y de gominolas de quiosco barato que este otro mundo, madre, mucho más joven y lleno de derechos, pero tan falto de amor.

Fuente: Artelista

Ana Rosa M. Portillo

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Invité
28 nov. 2022

Parece que las palabras de Soledad se apegan cada vez más al mundo y se alejan de ese mundo mitológico que las rodeaba. Las quejas por el comportamiento de la juventud son tan antiguas como la escritura, pero es indudable que la falta de oportunidades está distorsionando y empobreciendo cada vez más la vida de los jóvenes. Seguramente, como todas las generaciones, encontrarán sus cauces, pero no serán, para los más pobres, tan anchos como fueron para nosotros, que los vemos desde el balcón, con más o menos comodidad. Y, además, estoy de acuerdo en que cada vez saben menos de amor, pero los últimos que supieron de eso fueron los poetas del 27. El franquismo fue un solar, la…

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