Soledad hoy se encuentra asomada al balcón de su pasado (afuera hace demasiado frÃo), reflexionando sobre un aspecto minúsculo (entre tantos miles de ellos) que aparecen en el libro favorito que ahorita mismo está ella leyendo: Lo demás es aire.
Aparece ahà un niño –Monstruo, un niño –Prodigio, un niño –Becerro, un niño que no es un niño, sino un engendro de la naturaleza, de esos que, a veces, se inventa un circo para atraer a tanto público ansioso de degeneraciónapostaengendrada... (Soledad, por si acaso, mientras leÃa, ha ido replegando su mandil hacia su pecho en pequeños y disimulados movimientos de enrolle, para preservar a las dulces e inocentes criaturas que lo habitan de todo mal.)
Pero este episodio le ha recordado a Soledad aquel dÃa ya tan lejano en que su madre la llevó al circo, por primera y última vez –dÃa mágico de Sol apaciguado y de Edad en pañales todavÃa–. AllÃ, Soledad vio enanos absurdos, niños hidrocéfalos, mujeres lagarto, engendros pseudohumanos con tres cabezas, y varios horrores más que acreditan la verosimilitud de lo narrado en este libro tan impresionante... Pero lo que realmente sedujo a Soledad aquel dÃa de circo sin pan ni rosas fueron los trapecistas.
¿Te acuerdas, madre, te acuerdas? Aquellos vuelos imposibles sin alas que retaban al aire y lo partÃan por la mitad, sin cuchillos ni guadañas; aquellas manos que sostenÃan otras manos que agarraban –garras de leona cobijando crÃas tras fauces amenazantes de colmillos largos– (y no se caÃan, madre, nadie caÃa al abismo que para mÃ, entonces, madre, era ese suelo de tierra apisonada, tan cercano); y cómo, madre, rugÃa el aire, por encima de los leones escondidos en sus jaulas solo un poquito más atrás...
Y cómo olvidarlo, madre, si llegué a casa con los carrillos revestidos de ese color coloradobermejobermellón que pinta el cielo cuando no quiere vestirse de negro todavÃa... Y cómo, madre, olvidarlo, si me quise acostar esa noche, madre, dibujando una voltereta circense para alcanzar el colchón...
Y me rompà una mano, madre, ¿te acuerdas? Esta mano, la izquierda, que hoy se ha desdibujado casi completamente en el espejo de mi lavabo, madre, y que ya no me duele nada.
Te prometà no volver a hacerlo, y cumplÃ. Me dijiste que todo era un poco mentira en el circo, porque los trapecistas tenÃan red, por si las moscas (que, por cierto, creo que vuelan sin red). Desde entonces, madre, busco yo una red en mi vida... Y solo hallo tu recuerdo y mi delantal saltimbanqui, que de todo ambos me protegéis, madre, y me atáis entre todos corto para que no vuelva a intentar la tarzanada de un triple salto mortal. Gracias.
Ana Rosa M. Portillo
Más allá de la magia del circo, a la que todos sucumbimos cuando niños, hay algunas imágenes inquietantes que conectan este artÃculo con la desazón general que recorre la serie. Garras, rugidos, guadañas, cuchillos nos retrotraen a una infancia difÃcil en la que se busca constantemente la protección de la Madre. A mà me gustaban más el ingenio y las bobadas de los payasos; de los trapecistas, me admiraba la aparente levedad de sus cuerpos.