El caracol está ya muy cansado
tras tanto esfuerzo:
tiene su casa-concha repleta,
a punto de reventar ya.
Mira arriba y mira abajo
(en el radio que sus sensibles
antenas le permiten):
está bien: no falta nada...
(Quizá esa minúscula telaraña
que un día atrapó su alto ojo derecho
y que su madre no le dejó introducir
en casa,
pero que él metió contra todo propósito;
tal vez esa seda gastada de gusano
que parece un algodón,
que él artesaneó para que pareciera
una crisálida;
acaso esa broza de sal escondida
tras la segunda puerta del mueblebar,
que él embadurnó de moco nuevo
para que aparentara jade...)
Tantas cosas,
recuerdos,
pétalos de besos,
cristales rotos de lágrimas.
Toda una vida.
La caracola viene detrás,
también bastante cargada...
(Mocos regurgitando auxilio.)
Él acelera y se va
con su carga sinsentido,
con su risa y con su llanto,
con su ya
"qué esperar".
Y justo al salir
sus antenas-ojos se topan con
ese espejo inexplicable
en el zócalo del pasillo,
junto a la puerta de entrada-salida...
Se mira casi sin querer, como con
desgana:
Se ve viejo ya.
¿A dónde va?
No lo sabe:
A otro sitio
dónde encontrar otros besos,
otros cristales puros que romper
para convertir en nuevas lágrimas,
otros sueños de crisálidas y jades.
Solo y viejo ya,
porque él así lo quiere.
Lo viejo ya quedó atrás;
lo nuevo, aún, no tiene nombre.

AnRos
El caracol sale de casa con su casa a cuestas. ¿ Dónde vivía el caracol? Se va con su ser viejo, con su concha repleta de recuerdos y de fruslerias. Pasa ante el espejo de la entrada casi sin detenerse; no espera a la caracola, que también se va con su carga a cuestas. El caracol deja atrás el pasado, lo que tiene nombre, y busca, viejo y cansado, un nuevo sueño que aún no tiene nombre. Un melancólico poema entre la aporía, la fábula, la fantasía de Lewis Carrol y la imagen surrealista. También hay reminiscencias machadianas: el viejo caracol-corazón que camina y espera. El tono narrativo se disuelve en un profundo lirismo en las sucesivas relecturas del poema.