Y vuelvo a palpar, tanteo,
a la derecha,
tu otro lado de la cama.
Una sábana deshecha: no hay
nada. Insisto otra vez:
nada:
un rebujo que es solo aire
dibujando un cuerpo
vacÃo;
olor arranciándose,
almohada intentando desbaratar
tu huella
a costa de manotazos que golpean y
sucumben.
Al trasluz de la oscuridad penetro tu
vacÃo,
a la derecha,
el hueco inconmensurable de tu cuerpo
que ya no habita mi cama.
Enderezo mi cuerpo
vivo,
me pongo recta, miro la lámpara
sin luz:
bailan las sábanas en mil dibujos,
se arrebujan, se arrugan,
¡cantan!
Un cuerpo pequeñito me llama
pidiéndome tener alma.
Otra vez se mueve el mundo,
se contorsiona en figuras imposibles...
Algo me llama desde arriba,
algo que no es todavÃa
cuerpo
y ya me está exigiendo un
alma.
Suspiro...; me deshago...;
lloro.
Mis lágrimas ablandan
el suave hueco de tu almohada,
a la derecha de mi cama.
Busco tu cuerpo en el mÃo,
más abajo...
¡No hay nada!
Cierro los ojos.
Con el cuchillo del dolor
me saco las entrañas:
plastilina blanda con la que te moldeo;
te dibujo a ciegas y, ya
exhausta,
te coloco, débil,
en el lado derecho de mi cama,
llenando el hueco vacÃo de tu cuerpo,
abriendo la ventana a esa alma que,
desde alguna arruga de nuestra cama,
nos estaba reclamando,
nos exigÃa
llenar con su llanto nuestra cama
ya vacÃa a la derecha,
ya despojada a la izquierda...
Una cama ya
sin cuerpos
y sin almas.
AnRos
La cama deshabitada es un lugar que reclama la presencia del otro. El recuerdo, un recuerdo de plastilina, llena los vacÃos, y el alma, agotada, busca otros espacios más habitables. Nostalgia y dolor solo mitigados por esa imagen de la plastilina y por un tÃtulo que recuerda a una vieja pelÃcula. A mà me ha gustado este poema.